domingo, 16 de julio de 2023

Matar un ruiseñor (Harper Lee), un libro sobre la verdad y las formas jurídicas (y otros temas)

Sobre este libro siempre tuve una sensación y una creencia diametralmente opuestas. La sensación era, justamente, que quería leerlo. En varios otros libros y películas existían referencias y, sin duda, varios otros autores hablaban de él no como un libro de iniciación -sobre lo cual no estoy de acuerdo- sino como uno de culto. Sin embargo su título me impedía leerlo, un nombre bastante violento, y el gusto de leerlo se mitigaba aún más cuando leía reseñas que se centraban en mencionar que era un libro de un abogado, u otro libro más sobre el racismo. Y claro, es un libro en que está Atticus, abogado y padre de la narradora del libro, Scout, y lógicamente hay múltiples relatos sobre el racismo, siendo el más latente el del juicio contra Tom Robinson, pero el libro va mucho más allá de esto.

Matar un ruiseñor habla al lector, a través de la voz de una niña de ocho años, sobre la fraternidad y lo filial. Yo, que soy hijo único, tal vez nunca pueda entenderlo del todo pero la relación de Scout con su hermano Jem, y la relación de ambos con su amigo Dill, es un paraje sobre todas esas relaciones que, estén o no a lo largo de toda la vida, marcan pautas, crean recuerdos, configuran gustos, y enseñan la importancia de la solidaridad, la sororidad y la lealtad.

También, Harper Lee nos muestra como el plan, la chanza, la broma, son formas normales que tenemos de enfrentar el miedo, lo desconocido, y las figuras que nos imaginamos al respecto de aquello que nos aparece como extraño, lo cual es el justamente lo que intentan develar Scout, Jem y Dill sobre su vecino el señor Boo. La lección, al final, es que el señor Boo nunca sale de su casa porque así lo ha decidido, por que en un pueblo cristiano, con personas cristianas y tradiciones cristianas, donde todos creen que hacen actos bondadosos, no existen más que intrigas, comentarios a siniestra de terceros, y una capacidad increíble de juzgar a todo el mundo por tirajes generacionales que llaman etiquetas. 

La autora, también, sistemáticamente hace varias críticas sociales que, subrayo, están tan vigentes como hace casi un siglo: el primero es, sin duda, el sistema escolar, un aparato educativo para masas en el que tanto la genialidad como la capacidad de retar a la autoridad tratan de ser controlados y, a fin de no lograrlo, excluidos. Así mismo, hay una fuerte crítica contra el sistema jurídico que, como bien ya lo advertía Michel Foucault en, entre otros textos, La verdad y las formas jurídicas, la ley no se alimenta de la verdad sino de la legitimidad, que es variable, y en el marco de un sistema tranzado por el racismo, más allá del orden constitucionalidad de igualdad y del ejercicio democrático, triunfará la exclusión, hasta la muerte, de aquello que se considera como perverso, de todo aquello a lo que la normalidad teme por diferente. 

El libro muestra, entre sus bellos parajes, que la crianza puede ejercerse, también, de manera diferente a la norma. Atticus, el abogado, que es discriminado por la defensa acérrima del negro Tom Robinson, es el padre de Scout y Jem, un padre soltero por enviudes que trata de educarlos sin violencia física, sin ingresarlos a una burbuja para que comprendan qué es la realidad, y dejándoles explorar sus propios cosmos. Atticus, además, ejerce el ejemplo como pauta de crianza, y defiende por sobre su apellido, abolengo y legado familiar -Finch-, y por sobre la expectativa social, su rol como rueda dentada dentro de un sistema judicial que, considera, debe ser justo y que aunque sabe no lo verá diferente, confía en realizar su contribución.


Los Finch (Atticus, Scout, Jem, y un poco Dill que es como de la familia cuando está de vacaciones) son el ejemplo de que la razón crítica es más importante que la razón práctica y, por supuesto, que la costumbre y las prácticas culturales que acarrean. Son el modelo de la disrupción dentro del marco de legitimidad en pleno proceso de transformación en un espacio que se resiste al cambio, como lo es el pueblo de Maycomb, que no es más que un reflejo de los Estados Unidos racistas y xenófobos que aún existe -como existe en muchas otras partes del globo-.

En fin, un libro de leer y releer. Un libro fácil de digerir pero que exige tiempo de profundidad. Un libro maravilloso de una autora que, hasta la fecha, sólo nos dejó esa maravillosa pieza literaria (junto a Go , set a watchman publicado en el 2015, primer borrador de Matar un ruiseñor escrito en los '50s). 

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