Les comparto mi primera colaboración para el diario mexicano Mirador Informativo. Un artículo sobre la palabra.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
lunes, 8 de diciembre de 2014
Roberto Vélez Correa.
Los invito a leer un breve acercamiento a la obra del escritor caldense Roberto Vélez Correa, publicada por la Universidad Autónoma de Manizales. Que, aunque sea lo último, nos quede la palabra.
Aquí el link:
http://www.autonoma.edu.co/en/biblioteca/137-biblioteca/recomendados/351-los-suicidas-de-la-palabra
Aquí el link:
http://www.autonoma.edu.co/en/biblioteca/137-biblioteca/recomendados/351-los-suicidas-de-la-palabra
lunes, 23 de junio de 2014
Ponencia: La feminidad, una síntesis entre la vida y la muerte.
Tratando de retomar a través de este blog -después de casi un año-, la labor a la que con solemnidad y gratitud nos someten las letras, les comparto mi ponencia presentada en el Primer Foro de Literatura Transaccional, realizado en la Universidad de Caldas y organizado por el Semillero Senderos. La ponencia se realiza en torno a la visión de la feminidad, desarrollada a través de la obra del gran poeta brasileño Vinicius de Moraes. Más abajo, (para escuchar mientras se lee, o para deleitarse con un abre-bocas a la radicalidad y la melancolía vitalista de Vinicius) una canción de este prolífico artista junto a otro grande de la música popular brasileña en conjunción con el Bossa Nova, Toquinho.
Aquí el enlace de la publicación: PONENCIA DANIEL BALLESTEROS SANCHEZ - LA FEMINIDAD, UNA SÍNTESIS ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Aquí el enlace de la publicación: PONENCIA DANIEL BALLESTEROS SANCHEZ - LA FEMINIDAD, UNA SÍNTESIS ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
domingo, 22 de junio de 2014
Salvamento N° 3 (Balada de la Cárcel de Reading, Bernardo Arias Trujillo y Aquilino Villegas).
Han sido múltiples las traducciones (y más
aún las traiciones), al poema The Ballad
of Reading Gaol del gran poeta, escritor y dramaturgo dublinés Oscar Wilde.
Dice uno de sus traductores, Enrique Uribe White, en la selección de ensayos de
la Tamesis Books Limited, titulado Letters & Spirit in Hispanic Writers,
Renaissance to Civil War, que antes de su versión (1952), encontró ocho traducciones
diferentes, entre las que se encontraba una traducción en prosa realizada por
Darío Herrera, otra de Ricardo Baeza, otra por Mariano Vedia, otra de Julio
Gómez de la Serna, también en prosa, otra de Carreño Hacker, otra de Guillermo
de Greiff, una del payanés Guillermo Valencia realizada en 1932 y otra hecha
por el manizaleño Bernardo Arias Trujillo en 1936. Son de mi interés las
últimas dos traducciones, ya que produjeron en la comunidad intelectual de la
época una rencilla, aún sin aclarar, después de las declaraciones de Arias
Trujillo en su Prólogo a la Balada de la
cárcel de Reading, donde cazó pelea con la versión del poeta Valencia.
En la presente entrega de Salvamento, replico fragmentos del
prólogo y del estudio preliminar que realizó el Liberal Arias Trujillo en su
traducción al poema, publicado por la Casa
Editorial y Talleres Gráficos Arturo Zapata (2da edición, 20 de septiembre
de 1936) -traducción que aún goza de renombre-, y la defensa (Obras Completas, Imprenta Departamental de
Caldas, 1991) de la versión de Valencia emprendida por otro brillante
manizaleño: el Conservador Aquilino Villegas, autor de La Balada de la mala reputación, destacado abogado, escritor, poeta
y cronista, tal y como lo fue entonces el mismo Bernardo, autor del bellísimo poema
intitulado Roby Nelson.
Es mi pretensión en la presente algo que aun
no distiendo por completo: Pretendo, en primer lugar, dar a conocer el
enfrentamiento entre las traducciones de dos letrados caldenses. Segundo, rescatar
el talante y el talento de ambos, Aquilino y Arias Trujillo. Y tercero,
rescatar el inmenso valor de las acotaciones dadas por Arias Trujillo para
aquellos que practican el deporte (casi que de contacto) de traducir las obras
al castellano o a cualquier otro idioma, y para aquellos otros que los
sostenemos, en base a injurias o halagos. Ea pues, aquí, lo prometido:
BERNARDO
ARIAS TRUJILLO:
Variaciones
en torno a la balada de la cárcel de Reading
Escribió:
Oscar Wilde. Tradujo: Arias Trujillo.
Un patíbulo
en Reading.
Charles Thomas Wooldridge, nacido en el
condado de Berk, era un mocetón bienerguido de la plebe inglesa. Soldado fue de
la Guardia Real Montada y tennía treinta años cuando el Estado puso en su nuca
la corbat trágica de cáñamo. Este hombre, enloquecido por los celos, degolló a
su mujer, Laura Ellen Wooldridge, con exquicita premeditación de vijejo
florentino, a las nueve de la noche del día domingo 29 de marzo de 1896, en
Arthur Road, entre la estación de Great Western Railway de Windsor y el
pueblito de Clewer. Mujer bella era, y resplandecían en su cuerpo mozo
veintitrés años de júbilo.
Wooldridge fue sentenciado por el Juez
Harwkins en la Audicencia de Berkshire el 17 de junio de tal año. El soldado
hizo fe en todo momento de haberlo sido de veras y de haber ceñido con donaire las presillas a
sus hombros: nunca se mostró abatido ni inferior al momento trágico que le tocó
sufrir. El reverendo M. T. Friend fortificó aún más su espíritu para el
tremento trance.
Esa mañana, la campanilla de la prisión
anunció, a las siete más o menos, que pronto caería un hombre a la tumba, por
voluntad del Estado inexorable. A las
ocho en punto –todos estos detalles los dio el “Reading Mercure” del 10 de
julio de 1896- el fúnebre cortejo salió de la celda del convicto hacia el
fatídico tablado. Billington, el verdugo, ató sus pies, ajustó el capuchón para
cubrirle el rostro y descorrió el pasador que habría de tronchar su existencia.
Charles Thomas se fugó de la vida sin estrépito, sin exhalar un grito. Poco
después de las ocho, fue izada en el más alto torreón del presidio la bandera
negra que anuncia a los hombres que por voluntad de la ley un alma ha partido
hacia las desconocidas lejanías. Su nombre humilde de criminal plebeyo estaba
predestinado al olvido como tantos otros que en el mismo sitio rindieron sin
gloria la jornada suprema. Pero en la misma cárcel estaba Oscar Wilde qien lo
inmortalizó en su balada. El nombre de Wooldridge, destinado al anónimo eterno,
quedó adherido al poema wildeano y ya no es posible separarlo. Juntos habrán de
sobrevivir cuanto la balada dure, que será eternamente. De este modo, por una
coincidencia sin importancia, el nombre de un criminal cualquiera pasó su siglo
y traspasará los que sobrevengan, por gracia del poema carcelario.
El piadoso
silencio
La vida atormentada de Wilde es demasiado
conocida, y las causas porque hubo de ir a prisión uno de los poetas más
geniales del “estúpido siglo XIX” no son para recordarse ahora. Hay episodios
en la vida de este hombre de dolores que más vale envolverlos en un compasivo
sudario de silencio. Quedan pues, sin decirse, los motivos que llevaron a Oscar
Wilde a un presidio pávido. Sean para él, de nuevo, estas palabras de Frank
Harris al empezar la biografía del galeote de Reading: “La crucifixión del
culpable es aún más pavorosa que la crucifixión del inocente: pues qué sabemos
los hombres de inocencia?”
Microhistoria
de la balada
Oscar Wilde estaba preso cuando se verificó
la ignominiosa ejecución del joven asesino. Es natural que tan sórdido suceso
le hubiera impresionado hondamente y dejando profundas huellas que no
palidecieron ya en el resto de su vida (1). Sin embargo, el delito oficial
causó en su espíritu tales traumatismos, que nunca tuvo alientos para escribir
la balada que tal acto le sugirió desde el primer momento. Sólo hasta el estío
de 1897, un año después del sacrificio del gallardo muchacho, ya libre de
prisión, intentó la primera parte del poema.
Wilde empezó la Balada en el chalet de
Bourheout de Berneval-Sur-Mer, próximo a Dieppe, sitio de reposo que sus amigos
le procuraron para trasladarse a él inmediatamente que saliese de la cárcel.
Fue lente la elaboración y dolorosa, según se
deduce de correspondencia de esa época con su fraternal amigo Robert Ross.
Wilde, que nunca fue un gran trabajador, a fuer de hedonista incorregible, ya
no era aquel ágil escritor cuya pluma fluía vertientes de belleza a primeros
golpes de su imaginación millonaria. Ahora estaba vencido, humillado, y sufría
con frecuencia fuertes depresiones morales que lo abajaban hasta una estéril
indolencia musulmana. Por fin, después de lenta concepción, la balada fue
terminada un día.
Una vez escrita, convaleciente aún de la vida
penal y de la dispendiosa producción lírica, viene la segunda parte de la
tragedia. No había puertas abiertas para el que las tuvo siempre ofrecidas en
las horas del éxito. No había puertas francas para el primer lírico de
Inglaterra y los diarios se negaban a publicar uno de los poemas predestinado s
a sobrevivir tanto o algo más que la lengua inglesa. Hasta enlos portones de
los periódicos e los Estados Unidos tocó Wilde con los nudos de sus dedos para
ofrecer la obra. Nadie mostró interés por la Balada. Quizás un periodista
yanqui ofreció cien dólares. ¡Cien dólares por la Balada de la Cárcel de
Reading! Desde el principio del mundo el Oro –“estiércol del Demonio”- sólo ha servido
para humillar a los artistas. ¡En treinta denarios fue avalauado Jesucristo por
unos banqueros antioqueños de Jerusalén! Si en tan mísera suma avaluaron a
Cristo que era un Dios, qué esperarse podría para el poema de un hombre que
acababa de quitar de su dolido cuerpo el traje color estaño del convicto, un
hombre “contra quien se pecó más que él pecara” como lo dice el propio Harris
respecto de Wilde, prestándole dichas palabras al genial Shakespeare?
Anduvo el pobre tan a ciegas, tocaba tan
inútilmente en cada puerta, que al fin dio con Leonard Smithers, un editor
hebreo de mínima jerarquía, prontuariado además en las oficinas policíacas de
Londres como editor clandestino de obras obscenas. De esta manera, el hombre
cuya prosa fue disputada por los más famosos editores y periodistas de
Inglaterra y pagada sin tasa con cifras fabulosas por os diarios y revistas,
ahora, después de Reading, caía en las garras sórdidas de un editorzuelo
pornográfico.
(…)
La Balada en
español
Tragedia de
las traducciones
Tuvo Argentina el privilegio de ser el país
en donde se publicó por vez primera, vertido al español, el poema inmarcesible
de Wilde. En el “Mercurio de América” de Buenos Aires, en diciembre de 1898, un
año después de escrito, Darío Herrera lo dio a conocer a los lectores de habla
castellana.
Traducción mediocre esa, desganada, que
probaba ser obra alta en demasía para la rudimentaria sensibilidad estética del
traductor. Es indudable que, a objeto de tener buen logro en la interpretación
de un poeta, son necesarias por lo menos algunas afinidades espirituales entre
traductor y traducido para ser posible la consecución de un máximo de zumo
artístico y de fidelidad en las versiones. En la traducción de Herrera se
advierte un profundo desentendimiento entre el Wilde romántico de la Balada y el traductor
desventurado que intentó verla desde las orillas del Río de la Plata.
(…)
Traducción
de Guillermo Valencia
Hacia 1929 publicó Guillermo Valencia la
Balada de Wilde en verso, primer intento que de labor tan tremenda se ensayó en
el idioma. Por desgracia, este trabajo no correspondió ni a la obra del inglés
genial ni mucho menos a la reputación literaria del señor de Belalcázar.
Traducción la he llamado para darle algún nombre y por sostener na benevolencia
sin linderos a su favor, pues no es tan siquiera una paráfrasis. Si dijera que
apenas la Balada le sirvió escasamente de tema para unas variaciones
versísticas que contienen tan sólo un enorme esfuerzo verbal de consonancias
difíciles, todavía no habría dicho la verdad completa y habría pecado de
bondadoso.
Las estrofas de Wilde, en la versión
valenciana, salen malheridas y deterioradas; tergivérsanse sus pensamientos y sus
intenciones poéticas, hácensele decir cosas que no llegó a pensar el autor y
giros hay de tan dudoso gusto uy versos tan prosaicos y rimas tan pobretonas y
escasas, que más le valiera a don Guilermo Valencia haber desistido
honorablemente de intentar la interpretación del poema wildeano.
Dicen que las comparaciones son odiosas. No
obstante, no resisto a la tentación de hacer un paralelo entre algunas de las versiones
que se han hecho de la Balada de la Cárcel de Reading.
Escribe, por ejemplo, Guillermo Valencia, en
la estrofa III del canto V:
“Sé también -¡qué cuerdos si todos
lograran saberlo conmigo!-
que esas cuevas de raros apodos
que abren los hombres al castigo,
se han hecho presando los lodos
de la infamia; y para su abrigo
las ha cubierto de cerrojos
porque Cristo no sea testigo
de tal sevicia, con sus ojos.”
lograran saberlo conmigo!-
que esas cuevas de raros apodos
que abren los hombres al castigo,
se han hecho presando los lodos
de la infamia; y para su abrigo
las ha cubierto de cerrojos
porque Cristo no sea testigo
de tal sevicia, con sus ojos.”
Traduce
en esbelta prosa castellana don Ricardo Baeza:
“Y también sé, -y ojalá lo supiesen todos!-
que toda cárcel que construyeron los hombres, construída (sic) está con
ladrillos de ignominia y cegada por barrotes, por temor de que Cristo vea cómo
los hombres mutilan a sus hermanos.”
Vierte
el autor de éste ensayo:
“Y demasiado sé también yo esto:
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada con duros enrejados.
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.”
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada con duros enrejados.
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.”
Que
el desprevenido lector juzgue si he sido desacertado al calificar en forma
áspera el intento, el amago, el conato de traducción de don Guillermo Valencia.
Otro de los reparos que es preciso hacer al
payanés, es su pésimo gusto al escoger el eneasílabo para su “versión”. Sabido
es que el eneasílabo tiene un ritmo desagradable al oído castellano y que por
tanto ha caído en desuetud y está casi olvidado hoy, aunque la verdad entera es
que ese verso no tuvo jamás adeptos ni cultivadores, ni fue nunca del agrado de
los poetas antiguos que no le dieron auge en época alguna. El antipático
eneasílabo apreció usado por primera vez en “La vida de Santa María Egipciana”,
poema antiquísimo de la lengua. Valencia, en la mayoría de sus versos, ni
siquiera se cuidó de acentuar la segunda sílaba, única manera de darle a ese
metro un ritmo menos hostil a la armonía castellana.
Yo no tengo noticia de que en verso
eneasílabo haya resultado exitosa alguna empresa literaria. En tal metro apenas
podrían tolerarse versos con una acentuación bien marcada en la cuarta sílaba y
lo mismo los que la llevan en la segunda y quinta. Estos últimos, aunque
armoniosos un tanto, hácense aburridores y pesados en poemas de alguna extensión.
El único ensayo en eneasílabo que
verdaderamente vale en la lengua castellana, es el conocido poema de Rubén
Darío “Canción de Otoño en Primavera”: “Juventud, divino tesoro…” cuanto se ha
escrito en este metro antañoso, pusilánime, encogido y cacofónico que don
Guillermo Valencia, en un arranque incalificable de extravagancia, escogió para
verter la “Balada de la Cárcel de Reading.”
En síntesis, y sin que esto sea agravio sino
justicia, merece más la horca don Guillermo Valencia por haber adulterado tan
criminalmente la Balada de Wilde, que el propio soldado Charles T. Wooldridge,
ajusticiado en Reading. A veces, matar a la amante, es delito menos grave que
calumniar a un poeta, mutilar sus versos, o asesinar un poema, como en el
presente caso.
La zurda y absurda, burda y palurda
traducción de Valencia ha pasado a peor vida, a esa cisterna inconmensurable
que es el silencio total del olvido. Hoy nadie la recuerda ya, para desagravio
de los dioses y para el buen nombre de Oscar Wilde. Paz en su tumba.
La presente
traducción
Horacio Quiroga, uno de los ilustres de la
Argentina, escribió, va ya para algún tiempo, una página acerba y extremista
contra los traductores (2). Tanto se desmedía en sus juicios, que casi llega al
vértice agudo de optar por la tesis de que nada debe traducirse. Con esta
doctrina, estarían cerrados para nuestros ojos y para los de la mayoría, los
grandes libros de los ingenios.
Sin embargo, afirmaciones como ésta y como su
contraria, son viejas y puede decirse que surgieron de la primera discusión
habida en la Torre de Babel. Los hombres se aquerencian tánto (sic) con sus
idiomas nativos, que no es raro verlos entreverados en agrias polémicas sobre
la superioridad del habla de cada cual. El nacionalismo agresivo y el natural
egoísta de los hombres llevan siempre a tales excesos.
Ni Quiroga, ni los manguianchos traductores a
tanto el metro, se llevan la razón en este problema. La tesis de que las
versiones deben ser al pie de la letra y la que se toma desmedidas libertades
en su manufactura, son ambas igualmente erradas y absurdas y para
contrarrestarlas se debe optar por un sistema mixto, por un procedimiento más
elástico y ecléctico, es decir, más humano, cual es el de no caer en ninguno de
los dos extremos.
Traducir es uno de los oficios más tremendo
para el hombre de letras. Cervantes ha tenido palabras exigentes e imágenes
gráficas para encarecerlo y ponderarlo. Por el momento, baste decir que verter
literalmente, palabra por palabra, de un idioma a otro, es cosa más que
imposible. Imposible en el sentido justo y técnico que esta palabra tiene en el
diccionario, imposible por la naturaleza de las lenguas, por sus arquitecturas,
por las armazones que las sostienen, por la diferentes prosodias de cada una, y
en fin, por el inmenso abismo que hay entre ellas, por más que sean parientes
próximos, como los idiomas de origen latino. El español es hermano del portugués,
éstos primos hermanos del italiano y consanguíneos del francés y todos descendientes
de la común cepa latina. Y sin embargo, una versión literalmente fiel de uno a
otro de tales idiomas, es labor que no está al alcance de los hombres y mucho
menos bajo su dominio.
Hay una tendencia moderna, con respecto a las
versiones, que consiste en exigir a los traductores que se ajusten lo más
posible al verso que intentan verter, puntualizando las palabras, escogiendo
las más afines, trasladando la forma en cuanto se pueda u tratando de
interpretar, de volcar totalmente y sin adulteración, más que la forma, el sentido,
la esencia, el espíritu, el fondo, el
pensamiento vital del poema originario. Si sobran o faltan palabras, no
importa; lo definitivo, lo principalísimo, es encauzar hacia el otro dilema todo
el caudal, todas las vertientes, la cantidad más completa de materia humana del
original.
Se ha dicho que traducir es como pasar un
vino egregio de un vaso a otro, procurando con buen pulso, que no caiga una
sola gota. Naturalmente, esta faena, aunque no se quiera, acarrea pérdida
máxima o mínima del contenido, según la experiencia del que lo hace. Por más cuidado
del que se tenga, siempre el traslado de un líquido de una copa a otra trae
pérdida de esencia y de licor aunque no sea sino por la humedad que queda en el
cáliz que lo contenía. Por este motivo, toda traducción es siempre una merma
grande o pequeña, según la maestría del oficiante, del poema original. Así
pues, el ideal sería la existencia de un idioma católico, es decir, universal, para
gozar de la fortuna de conocer todos los
secretos y estrías del pensamiento humano al expresarse en forma totalitaria.
Pero como esto no es posible, no tenemos sino que conformarnos con saborear el
vino que los traductores honestos nos sirvan, no importa que sea en vasos de
arcilla, con tal de que no contengan mezcla ni sea vaciado con fraude. ¿Qué
importa que de barro sea el recipiente si lo que contiene es esencia, perfume
entero, sabroso gusto, exquisita toma?
Ahora vamos con nuestra Balada. Si obra
circundada de dificultades es traducir, más lo es ésta que yo, en horas de
vagares melancólicos, me he impuesto.
El parentesco entre el inglés y el español es
muy remoto; es casi inexistente, y sus conexiones demasiado imperfectas y
laxas. Por tal motivo, una versión de veras de aquél a éste, es punto menos que
imposible, es labor de dificultades sumas, casi desesperantes. Y si a más de
estas circunstancias se trata de una obra de tantos matices como la “Balada de
la Cárcel de Reading”, en verdad que es para retroceder al primer impulso de
intentarlo. A propósito de este poema, Ricardo Baeza dice que “nadie puede
darse cuenta absolutamente del verso original, porque ninguna traducción sería
capaz de transubstanciarlo íntegramente.”
Identidad
intelectual entre el traductor y el traducido.
En párrafos anteriores he dicho que son
necesarias ciertas afinidades espirituales entre traductor y traducido para que
la obra de éste, al ser volcada a otro idioma, dé su máximo rendimiento. Esto
no sólo es cierto como propia observación, sino que también es tesis respaldada
por ensayistas del calibre mental de Leonidas Batalov. Este singular hombre de
letras escribía hace poco en “Le journal de Moscú”: “Goethe hacía notar que hay
dos géneros de traducciones: una exige que el traductor extranjero sea traspuesto
a nuestro idioma con tal perfección que pueda ser considerado como uno de los
nuestros; el otro, se propone presentarnos al escritor extranjero para
familiarizarnos con su vida, su manera de expresarse y sus particularidades. De
ambos métodos, es preferible el segundo, pero la traducción ha de hacerse en
tal forma que el lector, gracias al fondo de la obra, tenga presente su origen
extranjero, sin experimentar esa sensación, debido al estilo. En una palabra,
el lector no debe notar que es una traducción, sino que la obra ha sido escrita
en su propio idioma de modo perfectamente literario. Una traducción exacta y
adecuada tiene triple valor: la del texto, que permite ensanchar el dominio de
los acontecimientos; como valor artístico propiamente dicho, y también como
medio de enriquecer el idioma y la literatura.
Los traductores tienen la tendencia de
sustituír las particularidades del estilo del autor, palabra por palabra, lo
cual conduce siempre a la deformación del original. Losinki hace notar que el arte
del traductor se revela en su maestría: la traducción es tanto más valiosa
cuanto más objetiva.
El problema de la traducción literaria no
requiere solamente el conocimiento perfecto del idioma: aquel de que se traduce
y aquel al cual se traduce. El traductor no copia una obra: es un maestro del
arte literario, un poeta, un escritor, un investigador y un sabio a la vez.
Para efectuar una traducción verdaderamente literaria, hay que conocer la obra,
el estilo, la vida, su época, sus ideas filosóficas y estéticas y el papel que
su obra ha desempeñado en la época que le es contemporánea”
Sin alardes estridentes, y haciendo uso de un
sistema conciliador, creo haber verificado la versión española de la “Balada de
la Cárcel de Reading”, dentro de estos cánones.
(1) Dice André
Gidé, retomando las palabras de Wilde en uno de sus encuentros: “Mi vida
anterior a la prisión fue lo más lograda posible. Ahora es una cosa acabada”.
(2) Una posición
similar a la de Quiroga, es ampliamente desarrollada por Henry David Thoreau en
su ensayo titulado La lectura.
AQUILINO
VILLEGAS
Guillermo
Valencia, Bernardo Arias Trujillo y La Balada de la Cárcel de Reading.
Su casa de Playarrica, 1º. De
Octubre de 1936.
Señor don Ricardo Arango Franco. Manizales.
Señor don Ricardo Arango Franco. Manizales.
Mi querido Poeta:
La
semana pasada me preguntó usted por qué no había salido a la defensa del
maestro Guillermo Valencia, ofendido gravemente por el doctor Arias Trujillo en
el prólogo de su nueva traducción de la “Balada de la Cárcel de Reading” de
Oscar Wilde. Entonces le contesté que no conocía el libro, porque los poetas de
provincia, como usted y como yo, no podemos ambicionar las ediciones caras y de
lujo. Eso tenemos que dejarlo a los burgueses adinerados. Pero la verdad es que
de estas obras llamadas a marcar una especie de esquina o nuevo punto de
partida en nuestra literatura, debieran hacerse ediciones baratas, siquiera de
cincuenta centavos, para que estuvieran al alcance de los proletarios y de los
poetas de provincia sin grandes recursos. Entonces usted caritativa e
infructuosamente trató de mostrarme el ejemplar de nuestro común amigo Emilio
Arias Mejía. Pero no nos fue posible hacer esta lectura de contrabando. Y ahora
viene su bondadosa carta del martes pasado, acompañada de una copia
mecanográfica de las primeras seis estrofas de la nueva traducción. Y quiero
referirme al fondo de su carta para rogarle que acometa usted la defensa de
Valencia. Yo no creo que la necesite. Tal vez la que necesita defensa es
nuestra ciudad que goza de alguna fama
como foco literario, y no nos conviene que las gentes crean que tenemos todos
en tan mal concepto a nuestro payanés. Me dice en su carta lo siguiente: Que el
nuevo traductor señor Arias Trujillo critica a Valencia duramente por haber
traducido la Balada en versos eneasílabos, ritmo desagradable al oído, que
nunca fue cultivado con agrado y que apareció usado por primera vez en la vida
de Santa María Egipciaca; que en él no ha tenido éxito ninguna empresa
literaria, salvo la “Canción de Otoño” de Darío; y que por todo eso merece la
horca don Guillermo Valencia, a esa cisterna inconmensurable que es el silencio
del total Olvido. Hoy nadie la recuerda ya, para desagravio de los dioses y
para el buen nombre de Oscar Wilde. Paz a su tumba” (sic). Así dice el nuevo
traductor y me cuenta usted que compara la suya con la de Valencia para mostrar
la inferioridad del bardo payanés. Y agrega que tradujo la Balada en versos
endecasílabos; metro noble y que es el mismo usado por Wilde en su poema. Creo
haber resumido lo que usted me dice en su carta, que la tengo muy agradecida.
Sobre esos datos, yo sólo tendría que
observarle esto: no es posible tratar con demasiada confianza a Valencia como
traductor. Yo no tengo autoridad ninguna, pero si usted quiere mi opinión se la
diré clara: Valencia es el mayor o está entre los mayores traductores de obras
extranjeras que haya en lengua española y tal vez en lenguas conocidas, sin
exceptuar al padre Isla que mejoró Le Sage cuando tradujo “El Gil Blas de
Santillana”. Todavía más: algunas composiciones extranjeras las mejoró en
tercio y en quinto. Así, de memoria le citaré algunas que me son familiares, porque
se trata de lenguas que conozco a fondo. Es superior la “Pánfila” de Valencia
que el original de D’Annunzio; la supera en energía, en pasión, en empuje.
Parece una herejía, pero cuando usted quiera la comparamos y comentamos. Y es
superior la “Brisa Marina”, aquella que comienza “La carne es la tristeza…” que
el original de Stephane Mallarmé. Nunca fui fuerte en el alemán, pero recuerdo
que en mi juventud Sanín e Hinestrosa Daza, que lo estudiaban, comparando la
cancioncilla de George Stefan, “Las Guacamayas”, declaraban superior la del
traductor, justamente en eneasílabas, que le daban ese dejo criollo exquisito:
Mis
guacamayas blancas tienen
penachos color de azafrán,
y entre su jaula cabecean
en tenues aros de metal…
penachos color de azafrán,
y entre su jaula cabecean
en tenues aros de metal…
La
primera versión decía
Y
tras la reja donde viven
trincan en aros de metal…
trincan en aros de metal…
Qué importa la exactitud de la traducción si
se traducen bien el espíritu y la emoción? (sic) Lea usted la Balada de la Vida
Exterior de Hugo von Hofmaustal, aquella que comienza:
“Y crecen los niños con ojos profundos que no
saben nada”
Y dígame si
no parece una obra original, perfecta, completa, escrita en castellano, en
forma impecable? (sic) El original puede igualarle pero jamás superarle. No es
posible engañarse. Guillermo Valencia es el traductor en lengua castellana de
poesías modernas extranjeras más perfecto que pueda darse. Y para convencerse
de ello basta leer un libraco que anda por ahí en esas librerías y que se
llama, si no recuerdo mal: “Las cien mejores poesías extranjeras”, o una
traducción de Verlaine muy conocida. Son perfectos traidores al lado de este
poeta excelso, nuestro payanés, que hace honor a cualquier poeta extranjero y
en ocasiones le supera, perfecciona y ascendra. Relea usted las traducciones de
“La Agonía” de Verlaine, el “Retrato” de Baudelaire, “Mujeres” de D’Annunzio y
tantas otras. No es posible hablar con demasiada confianza del más perfecto
traductor en lengua española de cuantos viven hoy.
Y veamos la
traducción de la Balada, la traducción incriminada. Tengo un ejemplar un poco
sucio por el uso con algunas palabras manuscritas de Valencia. Se llama “Balada
de la Cárcel de Reading por C. C. 3”. Este era el número que Wilde tenía en la
prisión y está dedicado a Wooldridge, el criminal ajusticiado cuya historia se
cuenta en el poema. y (sic) comienza en versos efectivamente eneasílabos, en
versos de nueve sílabas. Yo, realmente no ceo como el nuevo traductor, que el
verso de nueve sílabas sea un mal verso para traducir esta clase de poemas. Al
contrario, es un verso antiquísimo en castellano, castizo hasta la médula, con
una larga historia y que se presta a la más doliente de las músicas por el
desgonce de sus acentos de una incomparable riqueza, que lo cortan en dos pies
de cuatro y cinco sílabas unas veces, de cinco y cuatro sílabas en otras, y de
tres y tres sílabas. Esta polifonía del verso de nueve dentro de su desgaire doliente le da una música
interior increíble, a tal extremo que cuando Darío escribió la “Canción de
Oroño” hubo gentes que lo tomaron a mal
como una novedad insoportable. Y el verso de nueve es de los más antiguos de la
lengua, ennoblecido y acendrado, como los vinos viejos, nacidos en la entraña
misma del idioma. Justamente en ese ritmo escribió Valencia una de sus más
nobles, hondas y sentidas composiciones, aquella que comienza:
Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más;
Fugaz momento, palpitante
de una amorosa intensidad…
en que las cosas brillan más;
Fugaz momento, palpitante
de una amorosa intensidad…
Pocas obras
en castellano la superan en honda sugestión. No: no es esta expresión retórica
la apropiada: Inefable! (sic) Sí: esa es la palabra: es inefable la sensación
crepuscular de aquellas estrofas que cualquier artista castellano puede
envidiar. Y es preciso declararlo, porque usted lo sabe mejor que yo, que un
poeta que se presentara solamente con un bagaje literario compuesto de esas dos
composiciones en eneasílabos, la “Canción de Otoño” y “hay un instante…”
tendría ganada irremediablemente la inmortalidad. Y recuerde aquella dolorosa
pregunta de Silva: “Estrellas que de lo sombrío…”.
Respetando
la opinión del nuevo traductor de Wilde, quizás no se pueda decir lo mismo del
verso endecasílabo, noble, severo, masculino, ligeramente invertebrado y entre
otras cosas, de origen extranjero… Naturalmente este puede ser, como comumente
(sic) se dice, una cuestión de gustos, y entre gustos no debe haber disputas.
Eso es cierto. Me atrevería si a decirle a usted, mi querido Ricardo, a usted
que es un grande poeta, que para la obra de personaje feminizante y ambiguo
como era Wilde humillado y vencido y entregado como lo estuvo en el juicio,
aplastado como quedó después de su condena, en los tiempos en que escribió la
Balada, teniendo en cuenta el ángulo en que él miraba el acontecimiento y la
prisión, es más apropiado el verso ágil y suave y dócil y doliente de nueve
pies que el rígido de once escogido por el señor Arias Trujillo.
***
Es este
momento, para continuar mi carta, vuelvo a leer la Balada en un pequeño
cuaderno de posías de Wilde que compré en Nueva York, hace 20 años, en casa de
Brentano, y con grandísima sorpresa mía veo que el original inglés no tiene,
como dice el nuevo traductor, once y ocho sílabas alternadamente, once y ocho
sílabas? (sic) No, mi querido Ricardo. O usted se equivocó al transcribirme las
opiniones de Arias Trujillo o fue él el que leyó mal el inglés. La Balada está
escrita en estrofas de seis versos, alternados de nueve y siete sílabas,
entendiéndose por sílaba “la reunión de una o más letras que se pronuncian en
un solo golpe de voz”, como dicen Caro y Cuervo en su gramática latina. Tome
usted cualquier estrofa de la Balada y divídala en sílabas, en emisiones de la
voz inglesa y verá usted que no suman sino nueve y siete sílabas. Examinaremos la primera, dividiéndola:
He/did/not/we/ar/his/scar/let/coat
For/Blood/and/wi/nea/re/red
And/blood/and/wi/ne/we/reon/his/hands
When/they/found/him/with/the/dead.
The/poor/dead/wo/man/who/he/lo/ved
And/mur/de/red/in/her/bed.
For/Blood/and/wi/nea/re/red
And/blood/and/wi/ne/we/reon/his/hands
When/they/found/him/with/the/dead.
The/poor/dead/wo/man/who/he/lo/ved
And/mur/de/red/in/her/bed.
Tal es, más
o menos la división silábica de esta primera estrofa, y s de todas las demás de
la Balada. Yo soy mal pronunciador de inglés pero hace más de treinta años que
estoy leyendo versos ingleses y tengo alguna costumbre de su fonética un tanto
arrastrada. Imagino que a usted le pasará lo propio: pero si llama a cualquier
inglés o a un profesor, como a un Sr. Velázquez que daba unas muy interesantes
versiones por la radio Manizales ahora meses, a quien no conozco, pero que
tenía la noción de aquel idioma, llámelo y fígale que le reduzca a sílabas ese
verso y le dirá lo mismo. Usted notará que en el segundo verso la “E” final
muda de la palabra “wine” hace hiato y se confunde con la “a” siguiente del
verso “are”, y en el verso siguiente, el tercero, la misma letra muda “a” forma
una sola sílaba. La razón consiste en que la w siguiente es una consonante; no
sirve para hacer hiato; y en cambio, tiene el mismo valor, es apenas semimuda
como en francés, en donde la “e” muda se cuenta en verso, y las grandes
artistas del teatro “casi la pronuncian” y representa en todo caso una
hesitación de la voz; y en el canto francés representa un tiempo; casi un
remedio de E. Lo que no deja duda es que ni usted ni yo, ni prosadista inglés
alguno sería capaz de sacar ocho y once sílabas alternadas en esta estrofa y en
las otras de la Balada. Podría alegarse que, lo mismo que en castellano, el
verso terminado en una palabra aguda suma una sílaba más, o mejor dicho, que la
última sílaba de las palabras agudas finales se cuenta por dos sílabas, a pesar
de la índole monosilábica del inglés. Pero aún con este argumento improcedente
tendríamos a lo sumo diez sílabas en los versos impares, pero nunca las once
sílabas que contó el nuevo traductor. No hay tales once sílabas; y el error es
tan grave que me incliné a pensar en un error suyo, Ricardo, al transcribirme
las opiniones del prólogo de Arias Trujillo. Pero ahí está la traducción en
endecasílabos dizque porque los versos ingleses impares están en endecasílabos.
Y no hay
tal. Tiene nueve y siete sílabas y las tienen aún aquellas que por su
conformación parecen acercarse al tipo de verso grave castellano como este:
Yet/each/man/kills/the/thing/he/lo/ves
El hombre
mata la cosa que ama. O como dice Valencia en su traducción de esta estrofa:
Todos matamos lo que amamos;
que cada uno sepa eso::
unos hieren con la mirada
o una dobles almibarada;
mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.
que cada uno sepa eso::
unos hieren con la mirada
o una dobles almibarada;
mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.
No siente
usted Ricardo, usted que es un poeta y que tiene lo primero y lo esencial, el
sentido musical de las palabras, no siente que en esta prodigiosa traducción,
el verso castellano de Valencia tiene el mismo doliente ritmo del verso inglés?
(sic) Le copio los versos endecasílabos de la misma estrofa:
Yet cach man kills thig (sic) he loves
Some do it waith a bitter look
The cowards does it with a kis (sic)
Mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.
Some do it waith a bitter look
The cowards does it with a kis (sic)
Mata el cobarde con un beso,
el valiente con una espada.
Solamente en
este momento noto, como lo notará usted, la probabilidad de Valencia al
traducir a Wilde dándole en nuestra lengua la misma musicalidad doliente del
original, en una forma prosódica antiquísima y castiza de nuestra lengua. Yo
lamento no saber cómo tradujo Arias Trujillo esta estrofa, pero seguramente en
cuanto a la musicalidad tuvo que hacer milagros con el endecasílabo para darle
esta elegancia de Valencia y superarla.
Yo, como
usted sabe mi querido Ricardo, soy muy manizaleño y guardo una profunda predilección
por todo lo nuestro. Pero temo que en esta vez el cetro de la poesía no va a
pasar de Popayán a nuestras caras faldas del Ruiz. Las seis estrofas que usted
me copia no me dicen nada bueno. Usted sabe que en la Balada original consuenan
los versos pared de cada estrofa; en la traducción, en la primera estrofa, los
versos pares consuenan el cuarto y el sexto: el segundo es apenas asonante; en
la sefunda consuenan el cuarto y el sexto: y en la tercera las consonantes
desaparecen y hay tres asonantes seguidos en los versos 4º., 5º. y 6º. en la cuarta consuenan el 3º. con el 6º.; en
la quinta y sexta estrofas abandona toda asonancia y consonancia. Usted sabe,
mi querido Ricardo, qué pobreza de recursos melódicos significan estas
asonancias o consonancias mendicantes.
En cuanto a
los versos en sí, no sé qué decirle. Si había tla afán de traducir exactamente,
mejor habría sido la Balada en prosa. Hay algunos mal medidos y peor
acentuados. El segundo de la segunda estrofa que dice:
Con su traje
color gris viejo y raído.
Si lo lee
usted acentuando la “i” ra (i) do, le quedan doce sílabas; una más de las
necesarias; y para que les resulten las once de la cuenta tiene que pronunciar
“raído”, como una cierta canción que he oído por esos micrófonos y que dice
algo sobre la “hoja caída”. El segundo verso de la cuarta estrofa no la hace
pasar por endecasílabo nadie. Dice así:
En pena y en
órbita distinta.
Esas tres
vocales, a, i, e, seguidas, requieren un esfuerzo desdichado para que valgan
por tres sílabas. Solamente contando en los dedos da once sílabas. En cambio,
si tiene once sílabas, contadas en los dedos, pero no es un verso, no lo
parece, el primero de la estrofa siguiente:
Oh Cristo
querido! Los mismos muros…
Léalo usted
Ricardo, por Dios, y dígame si esta cacofonía tiene algún lado por dónde
convertirla en verso. Y luego abundan los copretéritos en ía escogidos para que
suenen enuna sola sílaba “reteñián”, “pareciá”, “habiá”… Fuera de que esa
traducción de “Oh Cristo querido!”, donde el original dice “Dear Christ” en
inglés no quiere decir “Cristo querido”, no es la intención del que la dice,
pero sí tiene sentido piadoso de la exclamasión castellana Jesús! O bien, Ave
María! Esa traducción en esa forma es una traición. Pregúntaselo a cualquier
inglés qu tenga la noción de las dos lenguas: a Velázquez, por ejemplo.
Valencia hizo bien en poner esa estrofa maravillosa:
Oh! Jesús!
De la cárcel al muro…
Y aquí toco
a un punto mi querido Poeta, que no sé cómo manifestarle, aunque voy a
ensayarlo. Cada lengua tiene índole y más en materia poética. La nuestra,
castellana, exige un lenguaje selecto, más imaginativo, más fastuoso, más
complejo, luminoso, meridional, mediterráneo. Y es natural. El inglés es un
idioma sintético, poco imaginativo, de una sintaxis elemental y de musicalidad
espesa. Note usted este hecho singular. Inglaterra no tiene grandes músicos, y
aquel de que se envanece u era cudadano inglés, el gran Haéndel, el autor del
famoso “Largo” tan conocido, nació en Hannover, en Alemania. El valor de la
poética inglesa va por otros caminos, y una traducción literal del inglés, aún
de poemas magníficos, a veces resulta pedestre. La tarea del traductor no puede
ser armar en líneas medidas las palabras el original, como se ponen ladrillos unos sobre otros para levantar un
muro, sino que es preciso tomar todos los elementos posibles del original,
palabras, imágenes, estrofas, ritmo hasta donde la índole de la lengua lo
permite y crear en la nueva obra la misma emoción de belleza que tuvo en el
original.
Y esto es lo
que tiene la traducción de Valencia de “La Balada de la Cárcel de Reading”,
volviendo a ella, pues yo no puedo juzgar la nueva solamente por seis estrofas,
ni ello tiene para mi importancia alguna. Me pasa como en las cuatro o cinco
traducciones del conocido verso de Stchetti, aquel que canta:
Cuando
cadran le flogie a tu verrai.
Pueden todas
ser obras maestras, pero yo siempre preferiré “Cuando caigan las hojas y tú
vengas”. Lo que sí es seguro es que la traducción de Valencia no se podrá
olvidar jamás en español. Esa especie de melopea, esa especie de lamento
melódico; aquella horrenda visión de la cárcel y del ajusticiado porque “mató
lo que más amaba” que en poema inglés de Wilde va sembrando la angustia en el
corazón del lector hasta despedazarlo, y ennegrecer el horizonte, está copiado
con una exactitud, con un dolor tan penetrante, tan intenso, tan constante,
como no es posible encomiarlo. Gaste usted una hora meditativa leyendo el
original inglés, déjese ganar por la angustiosa monotonía o monofonía de sus
versos alternados y quebrados, y luego húndase en la traducción valenciana y
verá restaurada la misma dolorosa y obsesionante angustia. Aún los más
aterradores sarcasmos están traducidos con una sencillez gloriosa tal, que a
veces se tiene la sensación de que superaron al original. Estaré diciendo una
herejía? (sic) Compare usted estas dos estrofas, recordando que se trata de un
ahorcado:
It is sweet to dance to violins
When love and life are tair:
To dance to flutes, to dance to lutes
Is delicate and rare:
But it is not sweet with nimble fee
To dance upon the air!
When love and life are tair:
To dance to flutes, to dance to lutes
Is delicate and rare:
But it is not sweet with nimble fee
To dance upon the air!
Nunca yo viera un hombre así
Mirar con tal tesón de anhelo
Aquel toldillo azul turquí
Que los cautivos llaman cielo,
Y las nubes que el viento arrebata
como naves con velas de plata…
Mirar con tal tesón de anhelo
Aquel toldillo azul turquí
Que los cautivos llaman cielo,
Y las nubes que el viento arrebata
como naves con velas de plata…
Yo daría el
original por la traducción; y yo le aseguro que el Wilde de verdad, el interno,
el pobre hombre sensitivo, tembloroso, doliente, que cubrió siempre su
personalidad de artista urgido y acongojado detrás de una máscara de paradojas
brillantes, si hubiera leído la traducción de Valencia y comprendido su valor,
habría tenido una crisis de lágrimas de dicha y un secreto rencor de celos.
Porque él era así; generalmente los psicópatas de su clase son así.
No es
posible equivocarse. Valencia sigue siendo el más nobel traductor en lengua
castellana, entre los artistas hoy vivientes, que en poeta extranjero pueda
ambicionar. Hay que decirlo para regocijo de nuestra patria. Dígalo usted, que
le admira y que le ama, a nuestro gran
payanés, su adicto amigo.
Aquilino
Villegas.
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