lunes, 31 de diciembre de 2012

Stefanno Benni - Una tranquila noche de Régimen

¿Sabré hallar las palabras adecuadas? Espero que sí.

Dicen que el jerarca Enoch es un mafioso. Él lo niega. Si me veis en los restaurantes que frecuentan los mafiosos, no por ello soy un mafioso. ¿Acaso a quienes frecuentan los restaurantes chinos se les acusa de ser chinos? Tiene razón.

Dicen que Enoch forma parte de una logia secreta de encapuchados que se intercambian favores y traman intrigas y se regalan bancos unos a otros. Pero, ¿no es ello acaso normal sociabilidad humana? ¿Acaso no es en cierto sentido una secta una familia, un grupo solidario, un equipo de fútbol, una muchedumbre de linchadotes? ¿Amaremos acaso al moralista cínico y solitario, al estéril anacoreta, al altivo ermitaño, y no, mejor, la compañía de los más queridos amigos? […]

Dicen que Enoch hace asesinar a todos los jueces que quieren condenarlo. Pero, ¿es que acaso nuestra Constitución no proclama el derecho de todo acusado a su defensa?

Enoch, dicen, es también un corruptor. Pero es un corruptor honrado. En veinte años de corrupción, jamás nadie ha recibido de él una cifra inferior a la pactada. Es más: a veces, por iniciativa propia, añade alguna cantidad al porcentaje, al soborno. ¿Cómo describir la alegría del corrompido que se ve corromper más allá de sus méritos? ¿No sabéis que hay funcionarios que han de aguardar meses y meses para recibir el pago de sus corruptores y que, frecuentemente, no reciben más que letras de cambio y cheques sin fondos? ¿No es todo ello deshonesto? Y bien, Enoch está hecho de otra madera.

Enoch, dicen, vende armas. Ciertamente es así. Pero un arma es un objeto como cualquier otro. No dispara por su cuenta. Nadie muere por el mero hecho de tener un arma en la mano. ¿Acaso condenamos al salchichero por el hecho de vender jamones? Y, sin embargo, un jamón puede volverse mucho más peligroso que un arma. Comido en cantidad desmedida puede matar por indigestión, triglicéridos, botulismo, sofocón. Desprendiéndose del techo de un sótano puede truncar más de una vida. Además, el jamón nace de un delito. No hay que matar a un cerdo para hacer una pistola. Para hacer un jamón, sí […] Entonces, repito, ¿es acaso Enoch peor que un salchichero? […]
Enoch ha abandonado a su mejor amigo en manos de los terroristas y dejó que lo asesinaran sin mover un dedo. Porque puso el Estado por encima de la amistad.

Enoch también ha intentado un golpe de Estado. Porque puso la idea del Estado por encima del Estado.

Enoch se ha enriquecido mucho, dicen las fábulas. Tiene un velero de cincuenta metros […] Tiene una mansión repleta de obras de arte, ciento sesenta metros de impresionistas, doce metros de Caravaggio, trescientos kilos de Picasso, una pila de Klee así de alta y un montón de Chagall […]

Enoch mantiene a ciento doce queridas y a cada una le ha regalado un anillo de brillantes, un coche con chofer, un apartamento, un canal de la tele y un despertador de cuarzo. Tiene terrenos, villas, bancales, […], islas y viñedos.
¿Y bien? ¿Hay algo de malo en querer poseer un techo, amar el arte, hacer regalos a las personas amadas?

Enoch, dicen, es el propietario del noventa por ciento de los periódicos y quiere el monopolio completo de la información. Embustes. No sé dónde lo habéis leído, pero aguardad otro diez por ciento y no volveréis a leerlo.

Enoch, dicen, es un hombre peligroso para nuestra democracia. No logro ver ese peligro. A decir verdad, tampoco logro ver a nuestra democracia […]

Tal vez algún día Enoch os mate. Como para morirse de risa.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Bernardo Arias Trujillo - Roby Nelson

Lo conocí una noche estando yo borracho
de copas de champaña y sorbos de heroína;
era un pobre pilluelo, era un lindo muchacho
del hampa libertina.

Ardía Buenos Aires en danza de faroles;
sobre el espejo móvil del Río de la Plata
fosforecían las barcas como pequeños soles
o pupilas de ágata.

En el asfalto móvil de la amplia costanera
el arrabal volcaba sus luces de colores:
poetas, pederastas, muchachas milongueras,
apaches, morfinómanos, artistas y pintores.

Los pecados ladraban como perros sin dueño
entre la bulliciosa cosmópolis del bar;
los marinos iban en góndolas de ensueño
sobre las aguas líricas del mar.

En un ángulo turbio miro desde mi mesa
a un pálido chiquillo que sonríe y me mira
y a través de las gotas rubias de la cerveza
mi lujuria conspira.

Tiene catorce años y en sus hondas pupilas
cercadas por paréntesis lívidos de violeta,
ojeras prematuras del vicio, ojeras lilas
de onanista o asceta.

¿Quién eres tú? –le dije,
rozando sus cabellos ondulantes de eslavo.
¡Yo! soy un niño triste…
Roby Nelson me llamo.

Roby Nelson… lindo nombre de golosina,
nombre que suena a dulces tonadas de ocarina,
nombre que tiene dóciles inflexiones de amor
y una delicadeza enfermiza de flor.

Y pienso: Este muchacho
es un retoño de hombre que errará por el mundo,
en sus pupilas grises hay un dolor profundo,
es hijo de inmigrantes venidos de lejanos países
y en su cuerpo errabundo
se ha cruzado la sangre de dos razas tristes.

Se llama Roby Nelson, flor del barrio,
que va de muelle en muelle, de vapor en vapor,
este chico vicioso de cabellos de eslavo
vende cocaína y amor.

Es hijo de la noche y huésped del suburbio,
hoja de Buenos Aires que el viento arrebató,
desperdicio del vicio, pobre pétalo turbio
que un arroyo se llevó.

Tal vez en un hospicio su cuna se meció
y es hijo de prostituta y de ladrón.
¿Quieres estar conmigo esta noche, pilluelo?
Y sus ojos piratas me dijeron que sí.

Mi sangre trepidaba entre llamas de anhelo
y naufragué en un tibio frenesí.
Besé entonces los lirios ignotos de sus manos,
la fresa de su boca congelada de frío;
nos fuimos vagabundos por los diques lejanos
y en esa noche griega fue sabiamente mío.

¿Qué quiere usted que hagamos?
Me dice con la gracia de una odalisca rusa;
y se quita la blusa, se desnuda
y me ofrece su cuerpo como si fuese un ramo.

Desnudo entre los rojos cojines y las sedas
sobre la cama asiática me brinda sus primicias;
sus manos galopaban en pos de mis monedas,
las mías galopaban en pos de sus caricias.

Y besando su cuerpo de palidez divina
que tenía la eucarística anemia de las rosas
le dije tembloroso en un dulce clamor:
Te pido solamente que me vendas dos cosas:
un gramo de heroína y dos gramos de amor.

¡Roby Nelson! ¿Dónde estarás ahora?,
¿Nueva York, Río de Janeiro, Filipinas, Balsora,
Panamá, Liverpool?
¿Dónde estás, Roby Nelson de cabellos de eslavo,
con tus hondas ojeras, tu chaqueta de esclavo
y tu raída gorra azul?

¿Por qué turbios caminos empañados de ausencia
van tus zapatos viejos robados a Chaplín?
Quizá la droga trágica que embriaga de demencia
como una diosa pálida amortajó tu esplín.
Muchachito bohemio, príncipe de tus vicios,
exquisito y perverso, frágil como una flor.

En mis noches paganas de crisis voluptuosas,
en los hondos naufragios de mi fe y mi dolor,
te pido como antes que me vendas dos cosas:
un gramo de heroína y dos gramos de amor.


Bernardo Arias Trujillo (C) 1932.

domingo, 25 de noviembre de 2012

No me pidas ser tu predicado


En una oración puedo definirte el sexo. Puedo, también, precisarte en un acto de comunicación coherente, como la menor unidad gramatical en mi existencia. Puedo hacer de ti una frase agramática, y restarle importancia a la estructura verbal que es tu cuerpo. Puedo permanecer estoqueo ante tus manos de astromelias, que adormecen al poeta que aún no sabe de su prosa y mucho menos de su lengua; puedo hacerme de ti un sintagma nominal a tu servicio, sujeta, pero no me pidas nunca jamás, ser de tu existencia un predicado, porque no quiero que algún día me acompañes como el verbo que ambos sabemos que eres.

Y ahora que conoces lo que de ti pretendo, ven y acuéstate al lado derecho de mi cama, y has del lado izquierdo de mi cerebro una desconexión neuronal y lingüística bajo tu lascividad imperante, para así ser la expresión verbal de un juicio, donde están juntos tu nombre y el mío.



viernes, 19 de octubre de 2012

Pimienta, el gato de Sofi.

Sofía salió de su casa aquella mañana, con sus mejillas rosadas, la insondable sonrisa de su rostro cálido y su peculiar nariz que permanece constantemente fría, en búsqueda de un felino que le apaciguaría la existencia. Después de caminar un par de vecindades, llegó a un lugar donde maullaban, ladraban, picoteaban y cantaban muchos animales, ansiosos de salir de las jaulas para buscar un hogar. La decisión no era fácil. Cada uno era igual de bello al anterior, y viceversa.

En el fondo, silencioso, oculto, pero indudablemente intrépido, yacía un gato con excelente postura, que miraba a lado y lado con una pícara sonrisa, como si estuviera seguro de que él sería el indicado para Sofía. Travieso, egocéntrico, cortante, distante, pero caballeroso.

Y así fue.





Salió esta preciosa chica, radiante como siempre, de aquel lugar; la incipiente diferencia era que ahora iba con un gato entre sus manos, una masa de pelo que le recordaba aquel árbol trepador de zonas tropicales húmedas: la pimienta. Sí, así quedó entonces el gato, bajo el nombre de Pimienta, haciendo estornudar a las personas, y trepándose entre las cortinas de las habitaciones de la casa de Sofía.

Pasaron varios meses, Pimienta creció y con él su galantería. Se había convertido en un Don Juan, felino, por supuesto; todas las gatas del barrio pasaban a buscarlo, y él, antes de salir, se franqueaba la lengua por sus patas, se vestía de esmoquin, se perfumaba con la mejor loción gatuna del mercado, y se montaba en el automóvil de la chica, con su sombrero y su bastón, como todo un Dandy, a recorrer el barrio. Algunas noches regresaba ebrio, cantando una canción de gatos, o la de Billy Dog, el perro que le aúlla a la luna, despertando a los vecinos con su maullar tan propio y seductor.

Cuentan que estuvo con ocho; algunos gatos, envidiosos, dicen que no fue más de cuatro, mientras que las gatas del callejón de la 51, que son más de quince, aseguran que él pasó por cada una de ellas, y que era un gran gato. -¡Qué gato!, -exclamaba Cecilia, la gata de las caderas inquietas. Dicen, también, que ninguna se atrevió a hacerle daño después de que él se introdujera en sus cavernas viscosas; incluso, aseveran, que parecía que llevase consigo, bajo el esmoquin negro del más fino cuero, alguna pócima de un buen búho hechicero, porque aquella cualquiera que cruzara mirada con él, quedaría para siempre enamorada; y ni hablar de quienes tenían alguna noche de pasión, en los techos del barrio La Francia.

Lo que no sabía Sofía, más allá de la precocidad de su gato, eran sus gustos exóticos y estrafalarios; gustos que había descubierto junto a ciertas compañías. Después de haber convivido con el gato de Hannibal Lecter (dicen que también tuvo una corta amistad, enviándose postales con con T. W. Adorno, el gato de Cortázar, y que vivió algún tiempo con Pink Tomate entre la caótica Bogotá con marea), quien compartía los mismos gustos que su amo, descubrió que también sentía, junto a aquellos dos, cierto deleite culinario por la antropofagia, y que su última noche de existencia mundana, sería una noche de placentero libídine en el que sería devorado. 

Puso un clasificado por internet. Dogy49 aceptó. Cayó la tarde.

Eran cerca de las 8 de la noche; sonó el timbre del viejo motel de doña Ratona, la misma que hacía las fiestas de Sex, Drugs & Rock N' Roll con la rana Rinrín, y entró una agraciada perra, con colorete rojo en la trompa, medias veladas y tacones negros. Su nombre era Débora. Pimienta esperaba al lado de una botella de vino “Gatonegro”. Él sería la cena.

Sofía, no sabía si su gato se había marchado con Pink, o si estaba en una fiesta descontrolada con Rinrín. Días después tocaron a su puerta la policía del barrio, un perro viejo, con revolver enfundado y una estrella metálica en su chaleco, para contarle que Débora se había –literalmente-, devorado a su gato, y que ahora estaba en la cárcel pagando por ello. Las gatas del barrio, le hicieron el funeral al recuerdo de su gato amante, bohemio, bandido y taciturno, y hasta Gatúbela derramó un par de lágrimas por Pimienta. ¡Pero Batman no puede enterarse!

domingo, 7 de octubre de 2012

La viajera


Marta agarró su corazón con marcapasos, el cuaderno fantasmagórico, su hígado empacado en una botella de vodka y la tinta que guardó por mucho tiempo para añejarse en los dos rótulos de su espalda. Esperó el autobús en el paradero, aquel vehículo de varias llantitas que siempre pasaba a la hora exacta y cambiaba el letrero de su destino. Pero el destino de Marta, desatinado, se había trasformado: el autobús no llegó a la hora esperada.

Sacó de su mochila la bicicleta portátil, y recordó que las alas las había dejado en el desván, junto al libro de Pizarnik que Manuel le había regalado en un cumpleaños, y que nunca leyó. Pero no importaba, la frenética noche era la indicada para el viaje a aquel paraíso prometido, al centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada.


                           Copyright.

Las estrellas iluminaban el camino oscuro y empedrado, un poco maltrecho por el furibundo aire del invierno pasado. El silencio de la noche magistral, parecía un anonadado sepulcro en el que posaba el cadáver de algún militar o líder político importante, de esos que mueren de viejos como dinosaurios en algún exilio. Las hojas en el piso, gratinadas por el sol, se desgarraban al contacto de las llantas de la bicicleta, mientras las hormigas en su fortuito ejército se las arreglaban para llevar al hombro los fragmentos quebrados que quedaban para ir a cubrir con un techo digno la casa de la hormiga reina, que llegaría de un largo viaje a Francia en dos días, probablemente cansada y sin ganas de dar muchas ordenes.

Marta se sentía inquieta. Había pedaleado como medallista, pero la ciudad aún se encontraba tras su espalda, como si la tuviese atada con cinta de enmascarar a su cintura. Los faros amarillos acrecentaban la distancia, y cada pedaleada hacia el centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo y al lado izquierdo de la nada, la hacía acercase más a la casa de doña Estela, la dueña de la habitación donde pasaba las noches en vela, con sus cigarrillos Malboro propensos a consumirse y una que otra tasa de chocolate caliente. Entonces,  sacó de su bolsillo la publicidad de un viejo brujo llamado David, que prometía acercar o alejar a las personas por un monto de dinero. El dinero no importaba, ahora lo único que realmente le atañía a Marta era llegar al centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada. Llamó.

-El brujo David ¿cierto? –dijo Marta-
-Llámeme profesor, señorita –indicó una voz ronca y un tanto dormida al otro lado del teléfono-.
-Pues a mi llámeme Marta, sin tanto formalismo. –dijo irónicamente-
-Ya lo sabía. Soy brujo, ¿recuerda? –afirmó el profesor.
-¡Entonces sabrá que necesito desprenderme de este amor ingrato! –exclamó Marta, adolorida-.
-Tengo lo que necesita. Dígame el nombre y la olvidará antes de que cante el gallo –dijo-.
-¡Ya!, lo necesito lejos de mi vida ahora mismo.
-Se incrementa el costo, señorita Marta.
-No importa el dinero, ¡No importa! –exclamó anonadada-.
-Dígame el nombre de aquel ser, preciosa mujer.
-Manizales, oh profesor David… –expresó angustiada.

Enfadado, el profesor David colgó, pensando que se trataba de una sucia broma de alguna jovencita ebria. Pero no era así, él era brujo y sabía que la mujer, aunque un tanto turbada, quería desprenderse de un amor extraño, de una ciudad.

El teléfono volvió a sonar enseguida. Era Marta:

-Al parecer se ha caído la llamada, profesor.
-Sí, eso parece –exclamó el brujo David-. Deme 10 minutos y tendrá este amor que la martiriza y la esclaviza lejos, muy lejos.
-¡Gracias brujo! ¡Gracias! –gritó Marta alegre al lado de la bocina-.

La paloma mensajera salió con el dinero del profesor en la mochila verde que colgaba de una de sus patas. El brujo nunca retornó el recibo de pago.

Continuó pedaleando y la ciudad, al fin, la dejó ir de sus umbrales. Ahora sólo era el camino empedrado, las estrellas flamantes, las hormigas obreras y el sonido que producían las llantas de la bicicleta al tocar las hojas que habían caído de los altos árboles. Sentía que cada segundo estaba más cerca del centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada. No existía meta o expectativa que la llenara de más satisfacción, que el hecho de llegar a aquel lugar, donde se encontraría con todos y al tiempo con nadie. Con su pasado y con su futuro. Donde conocería su propio presente, lo invitaría a tomarse una cerveza y hasta quizá pasarían la noche juntos en un hotel de amor fortuito, inolvidable y barato.

Marta apresuraba su bicicleta, ansiosa de llegar hacia el centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada. Tan sólo se detuvo una vez para tomar un poco de té en una cascada. El camino, cada vez más oscuro, la hacía insertarse en sus entrañas y conocer las alcantarillas de su mente. Ahora, sentía que su nombre se había perdido de la cédula, y que podía cambiarse de identidad, presionar el botón de reset, y renovar su vida. Podría ser entonces Manuela, Maira o Mariana, o quizá se pondría un nombre extranjero para viajar fácil a Nueva Zelanda, o a Paris, como la hormiga reina, aunque no en primera clase. Esos son lujos para hormigas burguesas.

El cansancio es propio del hombre. Su cuerpo se extenuaba y necesitaba un poco de descanso. Se acostó debajo de un viejo puente de madera, donde varios nombres de enamorados habían sido plasmados con navajas de metal. El rio descendía fragmentándose en colores, y las pequeñas goteras que le llegaban a sus pies le mancharon las uñas del color del arcoíris. La colorida noche la envolvió con su magia. Buscó el toma eléctrico que se encontraba inserto en la columna de cemento que sostenía el puente, se conectó y se echó a dormir una pequeña siesta.

El sol se asomaba entre las nubes. El riachuelo había escondido sus colores de algunos señores que pasaban en camionetas, y ahora todo se había vestido del color normal de las cosas. Rio fosforescente. Montañas rojas. Cielo amarillo y sol azul. Nubes púrpuras y piedras plateadas. Todo ahora se encontraba tan normal como cuando Marta se dejaba seducir por la urbe, que le llevaba ramilletes de smog a la casa cuando intentaba conquistarla.

Se desenchufó, se secó los pies y guardó un poco de agua. Continuó acelerando al centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada, decidida a llegar en unas cuantas horas. A pesar de lo lejos que podía encontrarse aquel lugar, ella sabía cuanto valía la pena arriesgarse a dejar todo por conocerlo, porque ya había leído de lo mágico que era y había incluso recibido postales de personas desconocidas que aseguraban el encanto su espléndido parque, sus personas y sus pájaros.

Marta ahora recordaba su pretérito, mientras su mente se engalanaba de negro como un enterrador fúnebre, expectante de los recuerdos que ella quisiera llevar a la tumba. Recordó su triciclo y las competencias con Juan, con Mary, con Cristian, con Lucho, por aquella empinada falda. Recordó el accidente del joven en la moto que se rajó la cabeza y se le voló el cerebro. Remembró los letreros en los postes de la gente que buscaba el cerebro y ofrecía recompensa, ¡Pero nada! ¡Se había esfumado, volado!... quizá estaba en el centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada. Remembró a su papá leyendo el diario y a su mamá calentando las arepas con queso derretido. Perpetuó tantas cosas, que ahora todo estaba negro y se movía rápido. Muy rápido. Sus oídos se invadían por el sonido de una ambulancia, y el negro oscilaba entre el rojo de la sirena que cantaba una canción tortuosa y vertiginosa… ¿Una canción de heavy metal?

Abrió los ojos y enfrente de ellos, de las cejas negras y la retina pictórica, se encontraba una mujer vestida de enfermera, que le puso en su boca un respirador. A su lado derecho, unos hombres la llevaban en una camilla a toda prisa por el corredor de un hospital, y al lado izquierdo, Manuel, quien le decía exaltado que todo iba a estar bien. Un doctor, de los reales, de esos que usan buena loción y que escriben confuso, sacó de su bolsillo una linterna y observó sus ojos…

-La joven tiene las pupilas muy dilatadas. Debemos inmediatamente hacerle una limpieza a su organismo. Debe ser una sobredosis de algún alucinógeno. LSD, quizá… ¡Rápido! ¡Rápido!

…Marta sabía que había llegado al centro del centro, al borde del margen, al lado derecho del todo, al lado izquierdo de la misma nada.

martes, 25 de septiembre de 2012

Libre

Te sientes libre,
porque no conoces las palabras
para describir tu prisión.

Te sientes libre,
porque has sido tan cobarde de no tocar
los límites de tu existencia.

Te sientes libre,
porque no has llegado hasta las paredes
de tu conciencia.

Te sientes libre,
porque vives controlado
sin que te des cuenta...

y si te das cuenta
poco te interesa.

Te sientes libre,
porque no conoces más libertad que elegir,
entre dos productos con diferente nombre
de la misma empresa;
por que has hecho de la Biblia,
el Corán
o el manifiesto del Partido Comunista
el testamento sacro,
el libro inmutable,
la letra ilegible,
el modo de vida incuestionable
y te riges por ellos…

Y yo,
que no me siento libre,
me siento etéreo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Entropía.


“Introduce un poco de anarquía, altera el orden establecido y todo se volverá caos. Soy un agente del caos. ¿Te cuento una cosa sobre el caos? Es justo”.


El Guasón en Batman: The Dark Night.

Copyright: Ryohei Hase.

En los últimos años, han sido múltiples los asesinatos cometidos por niños y adolescentes en diferentes lugares de los grandes países del mundo. Colegios, universidades, parques y centros comerciales, han sido víctimas y victimarios de individuos que, exhaustos de la presión de su entorno, atestados de vacío, bajo la influencia de la televisión como vampiro energético atiborrándolos de violencia, mas un fácil acceso a armas de gran calibre, han ocasionado dolorosas masacres, que nos recuerdan la locura de nuestro tiempo, la incesante velocidad de la modernidad y la experiencia de vivir en un mundo donde todo se percibe como cambiante y en el cual la confusión y el desosiego es sinónimo de lucro.

Esta vez le tocó al nuevo templo sacro del siglo XXI: el cine. James Holmes, estudiante de neurociencia de la Universidad de Colorado, en Aurora-Colorado, un joven tímido y brillante, obsesionado con fenómenos psicológicos como las ilusiones temporales y fanático de los comics, decidió en la premier de la película Batman: The Dark Night Rises, utilizar su AR-15 semiautomática para disparar a diestra y siniestra contra los asistentes. El saldo es escalofriante: 12 personas muertas y 58 más heridas. Con 100 miligramos de Vicodín –la misma droga que utilizó Heat Ledger, antiguo interprete del Guasón, quien murió bajo extrañas circunstancias antes del estreno de la película-, el pelo tinturado de naranja y un automóvil lleno de armas y municiones, esperó a la policía y admitió su culpabilidad, afirmando que él era el Guasón, el agente del caos, el hombre que sabe diluirse entre la anarquía porque la comprende como un masivo ritual de estabilización de las fuerzas que nos rigen.

Nuestros tiempos, tan nuestros y tan impropios, proponen ambientes llenos de aventura que a su vez amenazan con devastar todo lo que somos y todo lo que tenemos. La sociedad ha creado en los sujetos el perfil de Narciso, antiguo dios de la mitología griega, que solo logra relacionarse consigo mismo, olvidando su entorno. En cada uno de nosotros encontramos un Narciso que se conecta y se desconecta de su entorno, creando una red de conexiones fluviales y olvidando las relaciones sólidas; un Narciso que entre más puede acercase a los demás y a su entorno -gracias a los avances de las telecomunicaciones-, se sumerge entre el aislamiento y ensimismamiento en su propia quimera; un Narciso que fue programado para la soledad, pero que aún necesita de relaciones afectivas... y en el panorama aparece Aurora -antigua diosa de la mitología romana-, el mismo nombre de la ciudad donde la masacre fue cometida, representando el amanecer, el regreso de la alborada y del Caballero que usa para sí las sombras como medio de sigilo y defensa. Pero el Caballero es nada sin su contraparte, sin su antónimo, sin su enemigo: el payaso, el trickster, el Guasón.

No podemos decir que estas masacres son obras del azar. Nuestros tiempos enfermos, han producido una serie de patologías y disfuncionalidades que no pueden ser controladas; confusas pero necesarias para recordarnos, de manera brutal pero asertiva, lo mal que nos encontramos, y que jamás está ni estará bien adaptarse a una sociedad intensamente enferma, que se lucra de las catástrofes y que solo funciona bajo las dinámicas del terror y la efimeridad. El tiempo vuelve y juega en nuestra contra, mientras año tras año se producen asesinatos en masa que reflejan la conciencia colectiva, de la misma manera como lo hace el cine. No existe quien tenga potestad sobre los titanes, los dioses del caos.

Holmes se encontraba obsesionado con los estados alterados de la mente, y terminó siendo un espejo fragmentado de su propia obsesión. La vida se encuentra sepultada entre el pavor y la hipocresía, y tan sólo nos queda armarnos de valor para enfrentar nuestras locuras y buscar una trinchera como forma de refugio y a la vez de lucha contra el desastre. Holmes destella la furia de Narciso, indescifrable, inesperada, con un furor indómito que revela nuestras dicotomías. El Guasón regresó a matar a Batman –muchos en el cinema se encontraban disfrazados como el superhéroe- y al tiempo, a recordarle a nuestras entrañas que la dualidad entre la ficción y la realidad esta separada por una pared permeable, demasiado delgada. La masacre de Columbine como la Masacre de Aurora nos recuerdan que el azar no se atrevió a jugar con nosotros, y que estamos envueltos en un sincronismo donde el espíritu de esta época, nuestro Zeitgeist, es la entropía.

lunes, 25 de junio de 2012

Opio en las nubes: La ciudad y el amor en tiempos molestos.


“Tal vez el que construyó este barrio pensó que las esquinas eran parte de la circunferencia de la vida donde el amor es un punto central equidistante de la curva infinita del dolor”  
Rafael Chaparro Madiedo.





Contexto –a modo de Abstract-:

Los acontecimientos históricos en Colombia han sido marcados desde 1930 por la más absurda época de la Violencia; hechos que han habituado a la literatura en un bastión de resistencia, lucha y escape de la afligida realidad que nos agobia en el diario vivir. Si bien el proceso de violencia en Colombia ha logrado modernizar el país y adentrarla a las políticas mundiales del mercado, los únicos favorecidos han sido la misma clase que controla el país; “mientras al país le va mal, a la economía le va bien”[1]. Hemos observado que desde los poetas liberales-conservadores que veían los cadáveres navegar por el rio magdalena, pasando por los nadaístas en obstinación a las políticas de su momento histórico, hasta los escritores más contemporáneos han sido permeados de alguna manera por el escenario y el momento que atraviesa el país; es en este punto donde nos encontramos con escritores como Rafael Chaparro Madiedo, uno de los mejores representantes de la crítica a la posmodernidad que se rehúsa a vivir la ciudad como las personas del común y corriente vacío, ensimismadas en un mundo de libertades pequeñas e inexistentes.

Trip, trip, trip.

Los gatos, animales intrépidos, solitarios y siempre precavidos, dan tres pasos antes de alejarse o atacar cuando se sienten presionados: cada paso es un viaje antes del cometido; cada paso se convierte en un trip. Trip, trip, trip. Hemos llegado a pensar incluso, que los gatos no nos odian ni por el color de la piel, ni por el status económico, ni por la adscripción religiosa, ni por alguna otra característica; no, los gatos nos odian por que ellos son gatos y así son ellos. Estos animales tan políticamente incorrectos, siempre han sido la mejor compañía para los escritores –e innegable es la estrecha relación entre los unos y los otros, siempre tan solitarios y diferentes-. Desde Cortázar con su gato T. W Adorno –igual que el filósofo y sociólogo alemán- que es mencionado en varias de sus obras, incluidas Rayuela y El último Round, pasando por Borges y Beppo, su hermoso gato blanco, Bokowsky quién decía que los gatos caminan con una dignidad sorprendente, J. P. Sartre y su gato Nada y hasta el mismo Truman Capote, han encontrado en los felinos una dulce y particular compañía.

Dicen en varios de los artículos escritos por las personas más allegadas a Rafael Chaparro Madiedo que era un hombre tímido, como los gatos. Hijo del ingeniero Don Rafael Chaparro Beltrán y la profesora Doña Amintia Madiedo, nació en Bogotá en el año de 1963. Creció en el barrio Niza en la localidad de Suba, un bonito barrio campestre y estudió en el colegio Helvetia[2] su educación básica, culminando sus estudios universitarios en la Universidad de los Andes, donde estudió Filosofía y Letras y en 1987; se graduó con su tesis sobre Martin Heidegger, el filósofo existencialista por excelencia. Continuó estudiando en Francia, donde trabajó publicando artículos en la prensa y recibió las conferencias y los cursos de guiones de Gabriel García Márquez en Cuba, cuando este, como decía Fernando Vallejo, se codeaba con los hermanos Castro la revolución. Colaboró con varias de las revistas y periódicos del país y publicó algunos de sus cuentos y ensayos inéditos en ellos.

En 1980 conoce a Ava Echeverri, su compañera y futura esposa durante 4 años. Trabajó en Zoociedad y colaboró con proyectos televisivos como Quack, junto al grandioso periodista y humorista Jaime Garzón. Desde los 20 años tuvo la presión de la muerte sobre su cuerpo. Los médicos le diagnosticaron Lupus, una enfermedad autoinmune que acaba con el sistema inmunológico del organismo y tan sólo le prescribieron 6 meses más de vida; a pesar de todo, logra vivir otros 12 años con su enfermedad a cuestas, hundido entre la bohemia y los cigarrillos Pielroja que siempre lo acompañaban. Escribe su obra cumbre, Opio en las nubes[3], aproximadamente en 1991 y las primeras ediciones son financiadas por Colcultura. Logra sobrevivir a la crítica que tilda su obra de banal y absurda y el 18 de abril de 1995 muere en la Clínica Santa Fe de la ciudad  de Bogotá.

Una sucia mañana de lunes.

Opio en las nubes se nos presenta como una nueva manera de vivir la ciudad. Desde Gonzalo Arango hasta Andrés Caicedo, Efraím Medina, Chaparro Madiedo y el mismo Mario Mendoza entre muchos otros, vemos una particular visión de subsistencia a la posmodernidad, siempre esta tan llena de vacíos y con una velocidad incansable e inalcanzable, donde lo único que parece importar son los procesos económicos que van a la sazón del tiempo mismo. Opio se desarrolla en los suburbios, donde parece que el tiempo no tiene ni horas, ni minutos, ni segundos, solo una secuencia de instantes neurálgicos que se despliegan entre sus calles oscuras, medianamente pavimentadas, sus bares y sus prostíbulos. El amor, el desamor, la soledad y los vicios se encuentran como un cóctel molotov, en un sitio donde la esperanza se ha perdido en los recónditos y oscuros pasadizos del progreso.

“Nadie puede afirmar que Pink Tomate fuese su encarnación literaria, pero como el prodigio de la literatura permite que el lector especule y arme el rostro y la sicología de sus personajes de papel, a muchos nos ha dado por pensar en un gato con gafas redondas, que quería acabar con la existencia de todos los cigarrillos Pielroja, todos los chicles, todas las botas de gamuza, todas las nubes y todos los aromas. (…) Los no lectores, los facilistas, los lenguaraces, los críticos de borrachera, jamás entenderán que esta novela, más que para leer, se escribió para fumar.”
Ignacio Ramírez.[4]

Pink Tomate, el gato que no sabe si es un tomate o un gato –aunque en todo caso, a veces le parece que es un gato que le gustan los tomates o más bien un tomate con cara de gato- es el reflejo de la conciencia de la sociedad y de Caicedo como parte de esta misma colectividad que se encuentra confusa entre los paradigmas postmodernos. Envueltos los personajes entre las calles tristes y las noches desiertas, nos confiesan que la ciudad es una total distopía. La desalentadora selva de cemento donde se desenvuelve la historia, es una ciudad caótica, llena de bares y de antros, de edificios y pocos espacios verdes; una apología al dios Dionisio, al Eros y a Afrodita en la intimidad, donde solo allí no son juzgadas las libres manifestaciones y deseos insaciables del sujeto. La ciudad estalla como el diesel cuando hace combustión con su detonante.

Situarnos en una ciudad específica en el territorio colombiano o mundial es complejo, en el sentido de que la obra refleja cualquier ciudad que vive cualquiera de los momentos allí presentes. Ciudades fugases, llenas de suicidas y asesinos en serie, ciudades donde la prontitud no conoce descanso y la calma ha desaparecido del horizonte, metrópolis atiborradas de publicidad y consumismo, de inseguridad y la siempre insaciable sensación de velocidad. La urbe ha perdido el encanto de las fabulosas aventuras de las clases altas y se muestra opresora a la juventud, se proyecta como la fotografía de un campo de concentración a blanco y negro, como la más cercana representación del infierno, como el ensimismado mundo de los ricos contra los pobres. La metrópoli en la obra puede ser un Bogotá con playa costera, un Manizales con bares punks, un Londres con ardientes bestias de las nieves o un Cartagena con días fríos y grises; todas ellas comparten en común la pérdida del romanticismo, en una obra que quiere rescatar el amor matutino y taciturno, el amor disidente y nocturno, el amor fugaz, precoz y mundano pero que al final no deja de ser amor, o algo muy parecido.

Dice Goethe a su amigo condescendiente en sus epístolas, que en el momento en que se limita la manera de amar y se reduce el amor a espacio de ocio, es el comienzo del fin de este: “amar es de hombres; pero es preciso amar a lo hombre; divide tu tiempo, dedica una parte de él al trabajo y no lo consagres a tu amada más que los ratos de ocio; piensa en ti, y cuando tengas asegurado lo que necesites, no seré yo quien te prohíba hacer, con lo que te sobre, algún regalo a tu amada; pero no con mucha frecuencia: el día de su santo, por ejemplo, o el aniversario de su nacimiento…”[5]; estos parecen ser los códigos del capitalismo que limitan el sentir intrépido de los enamorados post-romancistas. Madiedo destella en su obra la ausencia del sentimentalismo y el alejamiento mismo del amor en la periferia de las ciudades, con las avenidas llenas de amarguras, entregues y traiciones y al tiempo nos exhibe a una Amarilla desatinada, bohemia y demencial que para algunos, entre los que he de incluirme, es también un prototipo de amor mundano y mengano.

El amor, de lo que está marcada toda la obra y es la causa de tantos sinsabores, suicidios y crímenes pasionales del mundo contemporáneo, nos refleja el menoscabo o el remplazo del centro de la vida del individuo. En la antigüedad, el centro de la vida del individuo era múltiple: la búsqueda de la virtud, de la política, el saber, la religión, el honor y el poder eran, entre muchos otros, motivantes de la vida. Pero en el mundo contemporáneo han sido remplazados todos estos por la búsqueda implacable del amor. Los saberes han sido suicidados y son limitados para unos pocos. La virtud se perdió de la mano del valor de la palabra. La política perdió su esencia, su sentido. La religión es un alienante más, uno de tantos opios. El dinero, como el poder se convirtió en utópico, otro ilusorio en un mundo salvaje donde el poder es de unos pocos que nacen predestinados a este: por más talentosos que seamos, las libertades, el éxito y la esperanza están cada vez más confinadas por el neodarwinismo social creciente en un sistema casi que sin salida. Y si solo nos queda el amor, -estereotipado en los sueños de la búsqueda del amor, en realidades y sueños personales o impuesto también por prototipos dados por los medios de comunicación donde prima la monogamia como intrépida opresora del animal carnal y mundano que es cada sujeto humano- y este nos falla, ¿qué nos queda? La inmensa cantidad de vacíos del hombre coetáneo nos da la certeza de que los tiempos van mal, y de que es necesario escapar a ellos, como diría Bakunin, mediante cualquiera de estas tres formas: la iglesia, la cantina o la revolución. Los personajes del libro, han optado por la segunda, amándose, odiándose, refugiados en placeres y ajenos a las responsabilidades, mostrándonos que también la inacción puede ser una alternativa tan dolorosa como laboriosa y que sostenerse en estos tiempos es complejo, sonreírle hipócritamente a la vida y a la muerte son sinónimos del desangre de una humanidad fingida, sin rumbo, sin futuro y con un pasado absurdamente distorsionado propenso al olvido y reducido a documentales de historia. El amor en los suburbios es el único refugio a la soledad y a la desesperación y, como el arte, son los únicos méritos cercanos al vivir que trasciende la levedad de la existencia; ambos impugnan a las religiones que prometen otras vidas, o la ciencia que apenas la estudia.

“Las luces de la ciudad son pequeños ojos rotos, locos, alucinados que nos vigilan. Me dan ganas de estar en la mitad de una autopista.”[6]

El libro nos envuelve en una prosa estupefaciente. He de confesar que jamás, y espero no hacerlo pronto, he terminado de leerlo. Me invade cierto aire de nostalgia cuando leo la última parte de éste, Jirafas con Leche, y aún más cuando en la última hoja del libro aparece la palabra Fin, como si terminando el libro terminara la latente realidad que con vicisitud nos ataca a diario. Opio en las nubes es una droga de escape al desesperado contexto colombiano, una manera de ver y vivir la ciudad en las orillas, por fuera del mismo progreso, del sistema y de los golpes que nos da la posmodernidad. Opio nos muestra que escapar a la violencia en un bastión de resistencia tan importante como la literatura es posible, y es por ello que los jóvenes lo hemos convertido en un libro de culto, tan significativo en la cultura nacional que se hace imposible, literalmente, ir a alguna biblioteca y encontrarlo en alguna edición intacta, en su inmensa mayoría maltrechas por el frecuente uso, o encontrarlo en una buena edición en alguna librería. A pesar de que la academia lo criticó fervientemente, Opio ha logrado -como las drogas- subsistir a sus ataques, y ha sobrellevado una generación que se refugia en las narcotizas, el sexo, el desamor y otros demonios para apaciguar la infinita amargura del sujeto contemporáneo. También, lo han convertido en un libro de culto -aunque con ello tengo varias diferencias-. La literatura de alcantarilla, como algunos se atrevieron a llamar a la obra, nos reafirma la frase –aplicable a tantos contextos- de la poetiza argentina Alejandra Pizarnik: “una mirada desde la alcantarilla, puede ser una visión del mundo”: Opio en las nubes es un grito desesperado a los tiempos modernos.

“Cada cosa en el mundo tiene su lógica. Las calles tienen su lógica propia. Los tomates y los gatos también. Mi lógica es un poco gris, un poco nocturna. Es una lógica con techos, lluvia, una lata vacía de cerveza trip trip trip, qué cosa tan seria y un poco de soledad y whisky. En el fondo toda lógica es solitaria y sobre todo la de los gatos. En realidad un gato no vive su propia vida. Un gato vive la vida de la ciudad. La lógica del gatos es de la calle, de la sangre, de la basura y la mierda trip trip trip. Una lógica jodida, puta mierda. Para ser gato hay primero que comprender la lógica de los árboles, que si es un árbol triste o un árbol alegre, que si es un árbol donde se mean los perros o donde se besan un hombre y una mujer. De todos modos es un asunto complejo. La lógica, mi lógica, la de Pink Tomate es salir en las noches y decir mierda el mundo lo hago yo, yo soy el rey de la noche, yo puedo andar por encima de toda la mierda de las calles y al mismo tiempo comer mierda. Mi lógica es vagabundear por los techos y decir trip trip trip soy el dueño de mi pequeña soledad alquilada, qué cosa tan seria, es sentir la lluvia en mi rostro, es ser la lluvia, ser la desolación, ser el viento nocturno, ser la contaminación, ser una botella de whisky, ser las nueve de la noche, ser un árbol, un pez, un plato de arroz, el humo azul de un cigarrillo, ser el olor de esas mujeres que van a los bares y dicen vamos o no vamos, ser su boca, sus dientes, sus nalgas, sus manos trip trip trip, vamos o no vamos.”[7]



[1] SÁNCHEZ, Gómez Gonzalo. Guerra y política en la sociedad colombiana. Segunda edición. Punto de Lectura. 2008. Pág. 29.
[2] Bogotá. Colegio privado, católico con énfasis en Humanismo. De origen Suizo.
[3] Nota del autor: hasta hace unos meses se pensó que era la única obra de Chaparro. En la 35ª edición de la Feria Internacional del Libro, celebrada en Bogotá en el año 2012, la editorial Tropo Editores sorprendió a todos los lectores y críticos de Chaparro con la publicación de una segunda obra, titulada El pájaro speed y su banda de corazones maleantes, libro al parecer escrito en dos partes de tiempo, la primera mitad antes de comenzar a escribir Opio en las nubes y la segunda mitad después de culminarla.
[4] Tomado de El Tiempo, Lecturas Dominicales. “Nefelibata y Opio”. Abril 11 de 1999.
[5] WOLFGANGH, Von Goethe Johan. Werther.  Editorial Panamericana. 2006.
[6] CHAPARRO, Madiedo Rafael. Opio en las nubes. Colcultura, Premios nacionales. 1992.
[7] CHAPARRO, Madiedo Rafael. Opio en las nubes. Fragmento: Una lógica pequeña. Colcultura, Premios nacionales. 1992. Pág. 115

martes, 5 de junio de 2012

Nocturno.

Lentamente,
despacio,
sin abrir los ojos,
la noche se confabula entre fábulas burlescas
y desoladora lasitud
para desviarnos.

Pero mi sueño,
ese mismo en el que le cuento deseos a tus labios ávidos,
en el que le relato a la luna del sentir intrépido
que se cruza por nuestra aventura de enamorados;
ese mi sueño, se esculpe como cincel
sobre tu aspecto.

Y tu alma,
delineada por el más fino céfiro que se posa en tu cuerpo,
me cuenta los suspiros del día que de tu entraña salen,
en la búsqueda de mi recóndito recuerdo
que te recuerda a cada instante
porque no hay labor extenuante ni perpetua,
que me olvide de tu rostro sobre mis piernas,
-sonriendo-
de tu entrecortada respiración cerca a mi oído,
o de mis manos en deleite en tus cabellos:
entre instante e instante te recuerdo.

Te siento,
siento tu nombre como canción de amor,
como soneto de savia y placidez inmortal.
Siento tu fragancia como aroma de mi existencia
que cobra sentido cuando siente tus rumiares y tus cuentos
en los que represento el hombre de final feliz
con la doncella de la pasión en rojo.

Te secuestraré,
y no habrá más rescate
que tus labios que conocen
mi secreto.

Y en la noche que alumbra, antes del amanecer,
le dejaré una carta a la noche -que concluye el día,
que termina el tiempo y liquida el instante-,
para que le cuente al girasol que dejará de girar,
y al viento que dejará de soplar,
y a la nube que dejará de llover,
y al mismo sol que dejará de iluminar,
que te he hurtado;
e irán a tu encuentro mientras brazo a brazo,
y beso a beso,
le declaro a tu mente y a tu aliento
el encanto, el amor, el ímpetu y el deseo.

¡Y que vengan a buscarnos,
pero yo a ti,
te secuestro!

domingo, 29 de abril de 2012

Jazzmine.






SE TRATÓ DE LEVANTAR DE SU CAMA UN TANTO ASQUEADA. NO recordaba nada de la noche anterior más que esos ojos azules, azules como la infinidad del océano en la noche acrecentada, azules intensos, azules penetrantes.

Era cerca de las 12:30 del mediodía; lo supo por la propaganda de Bretaña que se escuchaba en la casa de enseguida. Sintió las secuelas de una noche sin memoria subiendo hasta su boca; sintió cómo sus líquidos estomacales le quemaban la infinidad de su garganta. Trató de aguantar el vómito un par de lentos segundos mientras corrió hacia el lavado. Se dio una ducha. Las primeras goteras aguardaban asesinas, frías; habían esperado toda una noche para atacarla desde su cabeza, pasando por la espina dorsal, tocando su cintura y, sin bajar por las piernas, saltaron a la cerámica, destrozándose en cada uno de sus átomos: dos de hidrógeno volaron hacia un lado mientras uno de oxigeno se evaporó en el tiempo.

Jazzmine aún olía a néctares salvajes y amores fugaces; aún husmeaba el humo del hachís, de esa vía de escape a este mundo desalmado, porque ella como muchos no quiere estar más en este bosque frondoso de asesinos de sueños a sueldo. Su conciencia tartamudeaba agonizante al ritmo de su sien; es conciente que  vive en una ciudad sin memoria, sin quimeras, llena de un progreso discordante donde el retroceso triunfa sobre los rostros ilusos que creen que todo estará mejor, pero Jazzmine sabe que la cosa no es tan fácil, ¿acaso se puede vivir libre en una ciudad que se cree europea, esclava de la política, de la iglesia, dónde los barrios de los ricos tienen nombres de ciudades extranjeras y los de los pobres de santos y paraísos inalcanzables? ¡Que va, pura mierda!

La noche anterior había estado en la casa de Mauricio (o Mauro, como le decían sus amigos de cariño), un viejo compañero de revolución e infancia. Allá la conoció. Ella es un poco mayor, dos o tres años más, con pelo rubio en varios tonos y esos ojos azules. Sus pecas en el rostro dan la sensación de que al unirlas, revelarán un mapa. El tizne de los cigarrillos flotando en el aire mezclado con “la maría” que se consumía, el sutil olor a perfume de hombre que ella usaba, la pared agrietada blanca hueso, el piso baldosado, el tutú de cuerda que baila al compás del primer ballet de Tchaikovski, le lac des cygnes, la vieja colección de poesía de Baudelaire suspendida de un par de bases metálicas y el portarretratos de Marilyn Monroe al lado de la foto de una niña sonriente, y el sofá, de color violeta lúcido y negro. Ahí estaba ella, cruzando su mirada con la de Jazzmine, y luego ocultándola en el libro que tenía en sus manos, con una sonrisa sagaz y taimada que decía tanto pero que tanto callaba. El tiempo a Jazzmine se le perdía entre el deseo de tenerla en su habitación o en la de cualquiera, besándola desde su boca, desde esos labios rojos pulposos, bajando hasta su escote, desvistiéndola de sus ropas y vistiéndola con su cuerpo, mientras su bragadura húmeda pedía a gritos sordos un poco de sus jugos gástricos, de esos jugos gástricos que produce el amor.

Diario de Jazzmine – Pág. 34.

Mi novio yacía tirado en el piso, ebrio y dormido. Nuestra relación está igual de resquebrajada que las paredes de esta casa. Siempre él ha sido perfecto. Demasiado perfecto para un ser imperfecto. Siempre soy yo quien se equivoca. Siempre él ilumina el horizonte, el sol, siempre tan amarillo y yo tan negra, tan noche, tan oscura. Ser el uno para el otro no es más que una ilusión vacía y un vaso roto; roto porque siempre pensé que así era, pero no, nunca más, nunca será. El amor parece ser un destino poético, pero la culpabilidad remuerde, carcome… tantas lágrimas, dolores, engaños, tanta culpa y tú tan sano, tan santo. Así que esa noche me entregué a mi instinto a la par que decidí hablarle a la chica de los ojos azules. La sombra era perfecta.

 -¿Qué lees?- Pregunté.
Sin mirarme, me respondió...
-“Los poetas, amor mío, son/ Unos hombres horribles, unos/ Monstruos de soledad, evítalos/ Siempre, comenzando por mí./ Los poetas, amor mío, son
Para leerlos. Mas no hagas caso/ A lo que hagan en sus vidas”.
El príncipe de los cocheros.
- El mismo. Mucho gusto, Isabella.

Isabella, Isabella… si estuvieras al corriente que serás el amor de mi vida... Si supieras que bramo demente y dicotómica entre tu cuerpo y tu alma… si supieras cuánto me quiero embriagar con tu pudor y tus vicios… si supieras que te renunciaré en la mañana.

La noche se acortó entre poesía, humo, alcohol, tus manos y mi cuerpo… Dioniso me hablaba al oído mientras yo hablaba en el tuyo. Tú, mi afrodita, me seducías de manera incontrolable, mientras en mi cuerpo estallaba un cóctel molotov de sensaciones que tanto extrañaba. Te llevé a la habitación de Mauricio.
La cama, la cama también se nos quedó corta. Tu pálida piel se mezcló con la mía, dorada. Tus manos se apoderaron de mi cuerpo mientras yo, derretida en tu cintura contaba tus lunares cerca al ombligo. Mi lengua le contó un susurro carnal y erótico, humano y divino, a esa curvita detrás de tu oído, mientras con tus manos desgarraste mi espalda. Tus gritos armónicos y recios, me recordaron The great gig in the sky de Pink Floyd. Tu busto prominente lo sentía cálido en mis pechos, mientras nuestros brebajes salvajes, inquietos, intrépidos, recorrieron la noche, la cama, el momento y el tiempo que se nos hicieron cortos entre tanto derroche de amor y sensualidad. El alarido orgásmico, la sonrisa y el delicioso silencio que viene después. “La gran religión es la metafísica del sexo”.

Te quedaste dormida en mi torso mientras yo miraba al infinito maravillada, con mis manos entre tu pelo que caía sobre las sabanas mojadas y locas, en esas cuatro paredes que guardarían nuestro secreto de lujuria y un poco de amor.

24/11/07

Jazzmine se despertó en el amanecer, llamó un taxi y llegó a su casa. Recordó los versos de Jattin, y borró el número de Isabella. Llamó a Javier, su futuro exnovio, y dejó un mensaje en su contestadora.

-Esos nuestros sueños de un mañana juntos, se difieren entre espesas líneas. Porque esas mis ganas de cambiar al mundo, difieren de tus ganas de cambiar el tuyo, y nada más. Porque esas mis ganas de entender un poco más, difieren de las tuyas de seguir igual. Porque esas mis ganas de sentir, de volar, difieren con las tuyas de salir y hacer lo mismo que todo el mundo. Porque esas mis ganas de vivir la vida, difieren con las tuyas de planearla. Adiós.

Sacó su cuadernillo de pasta dura y su esfero. Puso un cigarro en sus labios mientras escribió un par de versos entre línea y línea…
Dulce niña.

Si supiera el mundo
de nuestro secreto.

Si se enterara
de tus dulces besos,
y de las noches que,
entre sueños,
he dormido contigo…

Ay, mi bella salmunuz
si supieran que a escondidas
ocultamos nuestros sueños
y nuestras voces,
mientras tus gemidos hablan.

Si supieran de tu lunar
cerca al ombligo…

miércoles, 21 de marzo de 2012

Gota a gota

Bajo los paradigmas
de la vestidura,
que se pone a diario
el intrínseco destino,
surge un ser extraño
que observa en la luna,
entre fase y fase
un nuevo desatino.

Que ve filamentos entre el pasto seco
y calcinado...
Que huele el rocío de una bella dama
mientras besa su espalda...
Que encuentra belleza donde el progresismo
dijo que no hay nada...

¿Nada?
¿Y qué es la nada para un poeta?
Nada.

Pues es entre gota y gota
y entre palabra y palabra
que el poeta ve en la vida
en el amor, en el odio
en el desazón y el desasosiego
una mota de grandeza
una mota de esperanza
una mota de locura,
de esa misma locura
que ya nadie entiende

O acaso, ¿quién de ustedes,
cuerdos mortales,
normales,
pasará a la historia?

Poesía para el alma enferma
y para el alma enamorada.
Poesía para el hombre que todo lo tiene,
y para el que aunque poco,
nunca tiene nada
porque tienes versos,
que describen la sangre del cesar
o la grandeza del cielo.

¡Feliz día, compañeros poetas!

Fotografía: Natalia Gómez, Intimidad.

lunes, 27 de febrero de 2012

Slogans en Colombia. ¿Colombia es pasión?

Recuerdo muy bien el día en el que el gobierno, con ánimos de mejorar la imagen del país para promover el turismo, decidió implementar la campaña de “Colombia es Pasión”. Era una tarde, en épocas donde trataba de adiestrarme en el arte de no ver televisión, cuando, de manera inminente, las propagandas, las telenovelas, los noticieros, las películas…y toda la basura televisiva programada en RCN y Caracol comenzaron a mostrar un corazón rojo recalcitrante. No tardó mucho en expandirse el corazón a vallas publicitarias, bolsas de supermercado, camisetas de partidos políticos, lapiceros, cuadernos de Juanes y caratulas de álbumes de Shakira… en fin, la campaña, como todo lo burdo que existe en la tierra del sagrado corazón sacrílego, se convirtió en un éxito, aún sin entender qué era lo que hacía que estas tierras fueran tan apasionantes como el slogan promovía. Luego pasamos a la campaña de “Colombia: el riesgo es que quieras quedarte”.

Efectivamente, desde la pseudo-dictadura del “pacifista promotor del paramilitarismo”, Uribe Vélez, Colombia ha invertido grandes cantidades de dinero en seguridad (aún sin importar la disminución de la calidad y la cobertura en la salud y la educación), con lo cuál aumentó la confianza inversionista internacional, convirtiendo nuestro país en punto de mira para los financistas norteamericanos que no ven personas, ni derechos, ni nada de esas cosas; sólo oportunidades de negocio. Las cifras hablan por si solas. De los más de 566.084 cargos públicos que se atienden al presupuesto central, 459.687, o sea el 81,7% son “servidores públicos” asignados a labores de seguridad y defensa.[1] Hay 3 veces más servidores en defensa que profesores, médicos, trabajadores sociales y ambientales juntos. Más del 58.4% de los sueldos que se pagaron el año pasado con dinero del gobierno central, han sido asignados al Ministerio de Defensa. Es por esto que el Ministerio de la Protección Social despide a miles de trabajadores, cierra decenas de hospitales, justifica la liquidación del seguro social y arremete contra las pensiones basándose en la ausencia del dinero de parte del gobierno para esto. ¿Cómo no, si la mitad del dinero se la consume la guerra? El 65% de la inversión total de Colombia es en inversión militar. La guerra crece al 100%, el costo de la vida el 15% y el salario mínimo escasamente sube un 5.8 %. Los inversionistas no necesitan un país educado.

El panorama del país es desolador. El índice de analfabetismo (capacidad de saber leer y escribir) en Colombia es uno de los más bajos de América Latina, con un 7.6 %[2], muy por debajo de otros países, esto es parte de una reforma a la educación llamada la Revolución Educativa[3], un proyecto que nada tiene de revolución, en donde es preferible cantidad que calidad. El sistema educativo actual cobija al 82% de los colombianos, de los cuales, el 0.03% solo cursan hasta pre-escolar, el 46.3 % Primaria (de ahí las bajas tasas de analfabetismo), el 29.9% el bachillerato, y solo el 23.7% asiste a una universidad[4]. No es lo mismo saber leer y escribir, que saber interpretar y contextualizar. El debate ahora no es de cantidad, sino de calidad.

Cada día se descubren nuevas fosas comunes, muchas de ellas, llenas de hombres asesinados por el ejército. El caso más relevante hasta el momento, (y silenciado), es el de la fosa común de La Macarena, con más de 2300 cadáveres allí enterrados asesinados por el ejército desde el 2005; cadáveres de supuestos guerrilleros, donde se han encontrado estudiantes, trabajadores sociales, antropólogos, familias campesinas enteras, niños y personas con problemas de síndrome de down.

Para las armas utilizadas en el conflicto armado colombiano, el gobierno se gasta cerca del 6.5% del PIB, mientras que en educación, solo el 3.7%. Son cerca de 22.21 billones de pesos[5] los que se gastan en la guerra interna. La impunidad en Colombia oscila en un 98%. El periodismo sigue siendo el trabajo más riesgoso, los periodistas siguen siendo amenazados y exiliados. La gasolina sigue siendo una de las más costosas del mundo (a pesar de tener petróleo, procesarlo, convertirlo en gasolina y vender millones de barriles diarios). Mensualmente mueren decenas de personas por malnutrición o por no estar adscritos a un sistema de salud. Miles de personas siguen víctimas del desplazamiento… ¡Y ni hablar de la corrupción!.

A pesar de este paisaje, triste, doloroso y afligido, Colombia se considera uno de los países más felices del mundo. Debe ser, porque la ignorancia da ciertos niveles de felicidad. Nuestro conformismo trasciende cualquier límite, y la cultura en la que nos hemos formado y forjado, la cultura del “ avivado”, en donde no existen derechos sino favores, en donde hacemos hasta lo imposible por no pagar impuestos, por no hacer filas en los bancos, en donde no ayudamos al prójimo sino que nos reímos de su desgracia, en donde para fiar sonreímos pero para pagar odiamos, esa cultura, la del colombiano “verraco y pujante”, es la que precisamente ha hecho de este país el paraíso para robar, matar y quedar impune, porque en pocas partes del globo el crimen paga tanto como paga en Colombia.

Entonces, ¿Aún sigues pensando que Colombia es pasión? Yo no; para mi Colombia es prisión. Colombia no sólo necesita un cambio generacional para mejorar, sino una revolución cultural y social. Colombia necesita cambiar radicalmente, porque el riesgo no es que te quieras quedar, el riesgo es que te asesinen y te lancen a una fosa común por pensar diferente. El riesgo es que cualquiera te quiera atracar, tumbar o robar. El riesgo es que no tengas derechos. El riesgo es la doble moral. El riesgo en Colombia es ser campesino y que el gobierno o una multinacional desee tus tierras. El riesgo mismo es ser colombiano.

Para finalizar, recuerdo dos slogans más de las fuerzas militares: los héroes en Colombia sí existen y la Fe en la Causa. Efectivamente los héroes existen, son los obreros que sobreviven con un salario mínimo; pero ¿Cómo nos piden tener fe en la causa, si llevamos 500 años buscando libertad de la manera equivocada? La respuesta esta en la transformación de las más profundas y arraigadas tradiciones que fundan nuestras bases sociales, no en los fusiles.




[1] CILEP, Centro de Investigación Libertaria y Educación popular
[2] PEREZ, Gutiérrez Luis, Analfabetismo, http://www.mineducacion.gov.co/cvn/1665/article-107362.html
[3] MEN, http://www.mineducacion.gov.co/1621/propertyvalue-30974.html
[4] EDUCACION EN COLOMBIA, http://www.youtube.com/watch?v=snuBz4c0e84
[5] LA CALIDAD DE LA EDUCAION EN COLOMBIA, unidad de gestión del sector de desarrollo humano, Banco Mundial.