lunes, 13 de febrero de 2023

Las seis en punto

Ejercicio base: 

 1. Organicé mi escritorio del trabajo 
 2. Empaqué todo en mi maleta 
 3. Tenía un compromiso a las 6 p.m. 
 4. No era muy tarde así que fui por una pinta 
 5. Me cogió la tarde para llegar a mi compromiso 
 6. Salí rápido del pub en mi scooter 
 7. En la vía tomé mal una curva y, aunque no me sucedió nada, la scooter se fue al suelo. 
 8. Tomé la scooter y logré llegar a casa, a la hora indicada de mi compromiso. 

  Anticipación: 

Las seis en punto 

Eran las 4:30 p.m. y me disponía a salir del trabajo hacia mi casa. Debía estar a las 6 p.m. en punto así que el tiempo, en realidad, no me preocupaba demasiado. Mientras guardaba todo en mi maleta una colega me dijo que fuéramos por una pinta y pensé, ¿por qué no? Aún tenía demasiado tiempo para ir a casa. Sin embargo recordé que el tráfico, aún en cicloruta, se pone intenso a esas horas, así que fui hacia el garaje por mi scooter. 

Crucé rápidamente la carrera séptima, muy congestionada, y bajé con prontitud hacia la novena. Crucé el puente peatonal hacia la carrera 11 y, checando mi reloj, aún podría llegar a las 6 p.m. en punto. Una vez logré meterme en la scooter en la cicloruta comencé a apretar el acelerador para poder llegar a tiempo. Estaba en la misma carrera 11, ya no con calle 120 sino con calle 142, y mi destino -a las 6 p.m. en punto- estaba a cinco cuadras, en la calle 147. 

 De pronto había un poco de tierra sobre la cicloruta. No la advertí y, al tomar una curva, mi scooter se fue hacia el piso, de lado. Quedé de pie mientras el aparato caía al piso. Nada pasó, me dije. Tomé la scooter y seguí conduciendo, a una velocidad más moderada hasta que, un par de cuadras y ya olvidado el episodio, retomé la misma velocidad. Debía llegar a las 6 p.m. en punto. y en mi reloj aún quedaba mucho tiempo. Paré en una tienda, compré un par de golosinas y subí a casa. Logré llegar con tiempo de sobra para mi encuentro de las 6 p.m., en punto. 

  Eco: 

Las seis en punto 

Eran las 4:30 p.m. y me disponía a salir del trabajo hacia mi casa. Debía estar a las 6 p.m. en punto así que el tiempo, en realidad, no me preocupaba demasiado. Mientras guardaba todo en mi maleta una colega me dijo que fuéramos por una pinta y, ¿por qué no? Aún tenía demasiado tiempo para ir a casa. Andamos un par de cuadras hacia los cerros orientales a por nuestra pinta y el pub estaba absolutamente vacío. Quizá éramos los primeros en salir del trabajo, o quizá el que fuera lunes hablaba mucho de nuestras ganas de beber algo juntos, o de un problema con la bebida en el cual no debo profundizar. No sé cómo pasó el tiempo tan rápido. 

Debía estar a las 6 p.m. en punto, así que pagué pronto y fui hacia el garaje por mi scooter. Crucé rápidamente la carrera séptima, muy congestionada, y bajé con prontitud hacia la novena. Crucé el puente peatonal hacia la carrera 11 y, checando mi reloj, aún podría llegar a las 6 p.m. en punto. Una vez logré meterme en la scooter en la cicloruta comencé a apretar el acelerador para poder llegar a tiempo. Estaba en la misma carrera 11, ya no con calle 120 sino con calle 142, y mi destino -a las 6 p.m. en punto- estaba a cinco cuadras, en la calle 147. 

De pronto un mareo nubló mi visión. Confundido entendí que estaba temblando. Me detuve mientras veía a mi al rededor a las personas en pánico, el suelo cimbraba a mi alrededor fuertemente mientras veía que, a mi al rededor, el asfalto cedía a la tierra 360 grados del lugar en el que estaba estacionado con mi scooter. Pronto me di cuenta que allí, en la cicloruta, había quedado aislado de todo a mi alrededor. Un hueco abismal me separaba de todo por completo, mientras la gente en pánico trataba de conducir afanada, corría, los árboles caían, los alambrados de luz chispeaban y los pájaros volaban a gran velocidad buscando un refugio que no cimbrara. Creo que finalmente Bogotá se había hundido. Ya era hora. Mientras tanto, yo, entré en pánico. Debía llegar a las 6 p.m. en punto. y en mi reloj faltaban dos para las seis. Sólo me faltaban cinco cuadras. Debía llegar a las 6 p.m. en punto. 

  Suspenso: 

Las seis en punto 

Eran las 4:30 p.m. y me disponía a salir del trabajo hacia mi casa. Debía estar a las 6 p.m. en punto así que el tiempo, en realidad, no me preocupaba demasiado. Mientras guardaba todo en mi maleta una colega me dijo que fuéramos por una pinta y, ¿por qué no? Aún tenía demasiado tiempo para ir a casa. Andamos un par de cuadras hacia los cerros orientales a por nuestra pinta y el pub estaba lleno. Debimos esperar algunos minutos para poder encontrar un lugar en el cual tomar asiento. Ella pidió una rubia, y yo una morena. Lo cómico es que, justamente, ella es morena y yo rubio. Conversamos, nos reímos y calló la tarde sin darnos cuenta. No sé cómo pasó el tiempo tan rápido, debía estar a las 6 p.m. en punto, así que pagué pronto y fui hacia el garaje por mi scooter. 

Ella quiso acompañarme así que accedí siempre y cuando fuéramos a paso rápido. Entró conmigo al ascensor y, en instantes, presionó un botón que lo detuvo y se lanzó sobre mi cuello. Eran las 6:15 p.m. y, claramente, no podría llegar a mi compromiso. No recordaba nada de lo que había pasado en el ascensor. Sólo recuerdo que ella abrió la puerta de las escaleras de emergencia, tomándome de la mano, me dio un beso en la mejilla y me dijo que no me preocupara por mi encuentro de las 6 p.m., que ya el tiempo iba a dejar de ser tan importante para mí. Aún confundido, le sonreí y me dijo que mañana nos veríamos, y que quizá podríamos repetir el año por los siguientes años. Tanta proyección suele espantarme, más cuando no recuerdo lo que había sucedido -aún en este momento no lo recuerdo-, pero asumí que simplemente nos habíamos besado y que, así como puedo olvidar las llaves u olvidar si dejé o no cerrado el paso de gas de la estufa, olvidé los últimos 30 minutos a su lado. 

Recordé que debía llegar a las 6 de la tarde, y ya me había retrasado un cuarto de hora. Crucé rápidamente la carrera séptima, muy congestionada, y bajé con prontitud hacia la novena. Crucé el puente peatonal hacia la carrera 11 y, checando mi reloj, aún podría llegar a las 6 p.m. en punto. Una vez logré meterme en la scooter en la cicloruta comencé a apretar el acelerador para poder llegar a tiempo. Estaba en la misma carrera 11, ya no con calle 120 sino con calle 142, y mi destino -a las 6 p.m. en punto- estaba a cinco cuadras, en la calle 147. Al ver que aún faltaban seis para las cinco en mi reloj caí de bruces: ¿Cómo era posible que, al salir del garaje de mi trabajo, fueran las 6:15 p.m., y ahora mientras me dirigía a toda prisa hacia mi encuentro, faltara sólo un cuarto para las 6? 

 De pronto un suave dolor en el cuello nubló mi visión. Me hice a un lado en la acera de la cicloruta y toqué mi cuello. Tenía sangre. Con la cámara frontal de mi celular inmediatamente me miré y de dos pequeños rotos en mi cuello supuraban algunas gotas rojas. Un agujero se distaba del otro de la exacta medida de una boca, de comisura a comisura. En ese momento lo entendí todo: podría llegar a las 6 p.m. en punto, pero poco importaría si llegaba un poco más tarde. Limpié la sangre en mi suéter y seguí adelante.

  El tiempo expandido:

Las seis en punto

Eran las 4:30 p.m. y me disponía a salir del trabajo hacia mi casa. Debía estar a las 6 p.m. en punto así que el tiempo, en realidad, no me preocupaba demasiado. Mientras guardaba todo en mi maleta una colega me dijo que fuéramos por una pinta y pensé, ¿por qué no? Aún tenía demasiado tiempo para ir a casa. Sin embargo recordé que el tráfico, aún en cicloruta, se pone intenso a esas horas, así que fui hacia el garaje por mi scooter.

Crucé rápidamente la carrera séptima, muy congestionada, y bajé con prontitud hacia la novena. Crucé el puente peatonal hacia la carrera 11 y, checando mi reloj, aún podría llegar a las 6 p.m. en punto. Una vez logré ingresar en la scooter en la cicloruta comencé a apretar el acelerador para poder llegar a tiempo. Estaba en la misma carrera 11, ya no con calle 120 sino con calle 142, y mi destino -a las 6 p.m. en punto- estaba a cinco cuadras, en la calle 147.

De pronto había un poco de tierra sobre la cicloruta. No estoy seguro de si era tierra. Quizá tan sólo era un poco de cemento sobre la acera, o algún polvo resbaladizo puesto por alguien que se burla por lo que sucede entre la interacción de la velocidad y la tierra, o el polvo de cemento, o lo que sea que fuere. El neumático delantero de la scooter es, en realidad, un pequeño neumático de color negro con un radio similar al de las bicicletas de aprendizaje. También creo que, quizá, estaba un poco desinflado, y conducir cuando a los neumáticos les falta aire no es adecuado. Y allí estaba la tierra, pero no mi mirada sobre esta. O el cemento en polvo. O el polvo que fuera. No la advertí y, al tomar una curva, mi scooter se fue hacia el piso, de lado. Quedé de pie mientras el aparato caía al piso. Nada pasó, me dije. Miré hacia todos los lados y, afortunadamente, no había nadie observándome. Quizá la persona que lanzó la tierra, el cemento en polvo o lo que sea que fuera estaba divisando mi caída desde alguno de los apartamentos que rodeaban el lugar exacto de la curva. Pero no pude advertir quien era. Todo estaba bien: las gafas en su lugar, sobre mi nariz, los guantes en mis manos, la pañoleta en el cuello y el casco en la cabeza. Todo estaba bien exceptuando ese peligroso polvo en la acera. Quizá debía limpiarlo para que otro no corriera con mi misma suerte. O quizá simplemente debía seguir, y así lo hice. Me sacudí un poco. Tomé la scooter del suelo, la revisé rápidamente y seguí conduciendo, a una velocidad más moderada hasta que, un par de cuadras y ya olvidado el episodio, retomé la misma velocidad. Debía llegar a las 6 p.m. en punto. y en mi reloj aún quedaba mucho tiempo. Paré en una tienda, compré un par de golosinas y subí a casa. Logré llegar con tiempo de sobra para mi encuentro de las 6 p.m., en punto.