lunes, 20 de mayo de 2013

Todos ellos existen.


Sé que mis poemas hablan
de las cicatrices.
Sé que la única certeza que tengo
es una resoluta a no tener certezas.
No obstante, también sé,
que la luna se oculta cada cierto tiempo
de mi ventana,
y que a veces suelo estar menos triste
que el atardecer.

Esta ruina de individuo libre
me llevó a ser poeta.
Preso en la búsqueda sólita por la libertad,
y lejos tanto de dios como de las dádivas del purgatorio,
comprendí la importancia de buscar la esencia
de las cosas.
Pero nunca pude encontrar la esencia de mi propia vida:

La poesía habla de la forma.

Para entonces, la vida misma y sus retumbos
me hicieron poeta.
Uno de esos que ni siquiera sabe si quiere serlo,
porque algunas veces su ocio deja de ser complacencia
para desplomarlo a lo malsano de la necedad de las cicatrices
cifradas en palabras.

Nunca he pertenecido a estos tiempos.
Nunca perteneceré a estos tiempos.
¡Nunca sabré a qué tiempos he de haber pertenecido!

¡Y no me hablen de patria!
Que mi patria es el cuerpo de aquella fulana
cuyas noches no comparte
conmigo.

Quizá mi lugar en el mundo,
esté tan diluido como el horizonte
de los atardeceres tristes
que tanto me acongojan,
porque son mis espejos.

Los párpados se ciernen sobre los ojos
y las letras no se detienen porque saben que
si así lo hicieran,
no valdría la pena ni una parte de la noche,
ni una parte de la extraña extrañeza de extrañarte
y mucho menos,
un pedazo de esta tierra malsana donde no debí
jamás nunca
haber nacido. 
Soy un fugitivo de mi propia tierra,
y no hay lugar para el que escapa del tiempo.
No hay buhardilla ni acera que me regocije,
ni mucho menos un exilio divino,
porque a la divinidad ‘renuncié’ cuando decidí
que no había nada más divino
que el conocimiento…  ¡Vaya error!

El conocimiento resultó ser el excremento
con el que se alimentaban los ricos,
y no hay ninguna legión del Rey Midas
que pueda ahora defendernos de ellos.

Llega la soledad.
La soledad que es el vicio del poeta;
y el único destino de quien es consciente
de que nacer es un acto de preparación
hacia los cuchillos que nos destinan las dunas
de la vejez.

Pero si todo existe,
incluso la soledad, la tuya y la mía,
y si en vez de nada ha sido siempre el todo,
y si los gatos que cruzan de un andén a otro existen,
y las personas que cruzan de un andén a otro y miran a los gatos
que cruzan de un andén a otro a cada instante,
todos ellos existen,
¿Por qué no puede existir mi poema
que es el canto de mi lúgubre existencia?

Inferiré entonces que la amargura
no le es ajena al dinero,
y que nosotros, los mendigos,
tan sólo podemos aspirar la decepción
en vez de ira, y la desesperación
en vez del hecho.

Creo que de tanto soñar
se me perdió la realidad,
y la realidad misma se ha encargado de destrozar
todos mis sueños.

DBS.
11 de Mayo de 2012