domingo, 29 de abril de 2012

Jazzmine.






SE TRATÓ DE LEVANTAR DE SU CAMA UN TANTO ASQUEADA. NO recordaba nada de la noche anterior más que esos ojos azules, azules como la infinidad del océano en la noche acrecentada, azules intensos, azules penetrantes.

Era cerca de las 12:30 del mediodía; lo supo por la propaganda de Bretaña que se escuchaba en la casa de enseguida. Sintió las secuelas de una noche sin memoria subiendo hasta su boca; sintió cómo sus líquidos estomacales le quemaban la infinidad de su garganta. Trató de aguantar el vómito un par de lentos segundos mientras corrió hacia el lavado. Se dio una ducha. Las primeras goteras aguardaban asesinas, frías; habían esperado toda una noche para atacarla desde su cabeza, pasando por la espina dorsal, tocando su cintura y, sin bajar por las piernas, saltaron a la cerámica, destrozándose en cada uno de sus átomos: dos de hidrógeno volaron hacia un lado mientras uno de oxigeno se evaporó en el tiempo.

Jazzmine aún olía a néctares salvajes y amores fugaces; aún husmeaba el humo del hachís, de esa vía de escape a este mundo desalmado, porque ella como muchos no quiere estar más en este bosque frondoso de asesinos de sueños a sueldo. Su conciencia tartamudeaba agonizante al ritmo de su sien; es conciente que  vive en una ciudad sin memoria, sin quimeras, llena de un progreso discordante donde el retroceso triunfa sobre los rostros ilusos que creen que todo estará mejor, pero Jazzmine sabe que la cosa no es tan fácil, ¿acaso se puede vivir libre en una ciudad que se cree europea, esclava de la política, de la iglesia, dónde los barrios de los ricos tienen nombres de ciudades extranjeras y los de los pobres de santos y paraísos inalcanzables? ¡Que va, pura mierda!

La noche anterior había estado en la casa de Mauricio (o Mauro, como le decían sus amigos de cariño), un viejo compañero de revolución e infancia. Allá la conoció. Ella es un poco mayor, dos o tres años más, con pelo rubio en varios tonos y esos ojos azules. Sus pecas en el rostro dan la sensación de que al unirlas, revelarán un mapa. El tizne de los cigarrillos flotando en el aire mezclado con “la maría” que se consumía, el sutil olor a perfume de hombre que ella usaba, la pared agrietada blanca hueso, el piso baldosado, el tutú de cuerda que baila al compás del primer ballet de Tchaikovski, le lac des cygnes, la vieja colección de poesía de Baudelaire suspendida de un par de bases metálicas y el portarretratos de Marilyn Monroe al lado de la foto de una niña sonriente, y el sofá, de color violeta lúcido y negro. Ahí estaba ella, cruzando su mirada con la de Jazzmine, y luego ocultándola en el libro que tenía en sus manos, con una sonrisa sagaz y taimada que decía tanto pero que tanto callaba. El tiempo a Jazzmine se le perdía entre el deseo de tenerla en su habitación o en la de cualquiera, besándola desde su boca, desde esos labios rojos pulposos, bajando hasta su escote, desvistiéndola de sus ropas y vistiéndola con su cuerpo, mientras su bragadura húmeda pedía a gritos sordos un poco de sus jugos gástricos, de esos jugos gástricos que produce el amor.

Diario de Jazzmine – Pág. 34.

Mi novio yacía tirado en el piso, ebrio y dormido. Nuestra relación está igual de resquebrajada que las paredes de esta casa. Siempre él ha sido perfecto. Demasiado perfecto para un ser imperfecto. Siempre soy yo quien se equivoca. Siempre él ilumina el horizonte, el sol, siempre tan amarillo y yo tan negra, tan noche, tan oscura. Ser el uno para el otro no es más que una ilusión vacía y un vaso roto; roto porque siempre pensé que así era, pero no, nunca más, nunca será. El amor parece ser un destino poético, pero la culpabilidad remuerde, carcome… tantas lágrimas, dolores, engaños, tanta culpa y tú tan sano, tan santo. Así que esa noche me entregué a mi instinto a la par que decidí hablarle a la chica de los ojos azules. La sombra era perfecta.

 -¿Qué lees?- Pregunté.
Sin mirarme, me respondió...
-“Los poetas, amor mío, son/ Unos hombres horribles, unos/ Monstruos de soledad, evítalos/ Siempre, comenzando por mí./ Los poetas, amor mío, son
Para leerlos. Mas no hagas caso/ A lo que hagan en sus vidas”.
El príncipe de los cocheros.
- El mismo. Mucho gusto, Isabella.

Isabella, Isabella… si estuvieras al corriente que serás el amor de mi vida... Si supieras que bramo demente y dicotómica entre tu cuerpo y tu alma… si supieras cuánto me quiero embriagar con tu pudor y tus vicios… si supieras que te renunciaré en la mañana.

La noche se acortó entre poesía, humo, alcohol, tus manos y mi cuerpo… Dioniso me hablaba al oído mientras yo hablaba en el tuyo. Tú, mi afrodita, me seducías de manera incontrolable, mientras en mi cuerpo estallaba un cóctel molotov de sensaciones que tanto extrañaba. Te llevé a la habitación de Mauricio.
La cama, la cama también se nos quedó corta. Tu pálida piel se mezcló con la mía, dorada. Tus manos se apoderaron de mi cuerpo mientras yo, derretida en tu cintura contaba tus lunares cerca al ombligo. Mi lengua le contó un susurro carnal y erótico, humano y divino, a esa curvita detrás de tu oído, mientras con tus manos desgarraste mi espalda. Tus gritos armónicos y recios, me recordaron The great gig in the sky de Pink Floyd. Tu busto prominente lo sentía cálido en mis pechos, mientras nuestros brebajes salvajes, inquietos, intrépidos, recorrieron la noche, la cama, el momento y el tiempo que se nos hicieron cortos entre tanto derroche de amor y sensualidad. El alarido orgásmico, la sonrisa y el delicioso silencio que viene después. “La gran religión es la metafísica del sexo”.

Te quedaste dormida en mi torso mientras yo miraba al infinito maravillada, con mis manos entre tu pelo que caía sobre las sabanas mojadas y locas, en esas cuatro paredes que guardarían nuestro secreto de lujuria y un poco de amor.

24/11/07

Jazzmine se despertó en el amanecer, llamó un taxi y llegó a su casa. Recordó los versos de Jattin, y borró el número de Isabella. Llamó a Javier, su futuro exnovio, y dejó un mensaje en su contestadora.

-Esos nuestros sueños de un mañana juntos, se difieren entre espesas líneas. Porque esas mis ganas de cambiar al mundo, difieren de tus ganas de cambiar el tuyo, y nada más. Porque esas mis ganas de entender un poco más, difieren de las tuyas de seguir igual. Porque esas mis ganas de sentir, de volar, difieren con las tuyas de salir y hacer lo mismo que todo el mundo. Porque esas mis ganas de vivir la vida, difieren con las tuyas de planearla. Adiós.

Sacó su cuadernillo de pasta dura y su esfero. Puso un cigarro en sus labios mientras escribió un par de versos entre línea y línea…
Dulce niña.

Si supiera el mundo
de nuestro secreto.

Si se enterara
de tus dulces besos,
y de las noches que,
entre sueños,
he dormido contigo…

Ay, mi bella salmunuz
si supieran que a escondidas
ocultamos nuestros sueños
y nuestras voces,
mientras tus gemidos hablan.

Si supieran de tu lunar
cerca al ombligo…