Me
bajé del colectivo luego de haber estado en ese fastuoso prado con
esa tonta chica que humeaba marihuana a mi lado; yo sólo veía como reaccionaba
mientras sonreía.
Recuerdo
que me hablaba de sus viejos amores, de su desgraciada vida de niña rica,
mientras añadía coletillas ocurrentes que su estado de insatisfacción mezclado
con el par de gramos que se había fumado le hacían decírmelas. Aún no sé si me
hablaba a mí o a aquel árbol al lado mío, sus dos luceros enmarcados por lentes
estaban distantes uno del otro. Intentó besarme, me aparté, no quería aprovecharme,
además no lo quería. Al sentirse rechazada me golpeó, salió corriendo y a menos
de tres metros calló al suelo, extendida, con las nubes blancas como manto
sobre su cabeza.
La
arrastré a un lado de la carretera, ya no quedaba nada más que esperar que ese
coctel de drogas, alcohol y recuerdos le pasara. Bebí lentamente una cerveza, y
observé el río. Pensé en mi ella. La cerveza, -ya no tan fría- refrescaba mi
garganta, mientras bajaba lentamente acariciando ese puerto entre mi cabeza y
mi cuerpo… yo sólo pensaba, observaba, sentía.
Pasados
cuantiosos minutos se despertó. Asimos un carro de servicio público y la llevé
hasta su casa. Le presté mis gafas de sol. Detuve el colectivo. El coche siguió
su marcha y me perdí en aquello que se convertí en mi constante: Ella. No se
había salido de mi cabeza, y sin darme cuenta pasé de largo la ruta que me
llevaba hacia mi hogar. Cuando caí en cuenta de la realidad, noté que me
encontraba en un sector algo distante, un fragmento gris, triste, una de las
porciones que más duelen en esta ciudad donde las puertas abiertas cada vez
están más cerradas.
Quien
escribe, o al menos como yo, lo intenta, siempre debe andar en busca de
experiencias para escribirlas en sus libros. Un sitio como éste, tan al margen
y a la deriva de mi rutina, definitivamente es un perfecto lugar para salir con
alguna historia. Me senté en una esquina, mientras veía pasar los carros,
campesinos ebrios con sus machetes en la cintura y su dinero en el carriel,
tipos en moto con cuerpos en forma de arma en su cintura, hombres con gabanes
de cuerpo entero que quizá, en sus entrañas guardaban armas, drogas. Yo sólo
observaba.
Me
adentré un par de cuadras más, y observé algo que me llamaba la atención. En
una esquina se encontraban tres mujeres que se le ofrecían a cada hombre que
pasara. Un tipo de cabello negro y un trozo de cabello rubio y largo, pasó y
agarró una de las tres de la cintura, se la llevó a una casa cercana con una
puerta escarlata algo lindada por el tiempo. “Deme diez pesos papi que yo pago
la pieza”.
Algo
me cautivaba, ya había pasado por ahí veces anteriores, pero el habitus de las prostitutas nunca antes
me había llamado tanto la atención… ¿Por qué tomaron ese camino? ¿Pueden
salirse? ¿Quién las controla?; pero mis nervios me carcomían y no me atrevía a
preguntarle a ninguna.
Compré
un cigarro Marlboro y seguí observando. Volví a sentarme en la esquina y me
perdí en un par de nubes en el cielo. Aún en ese abismo, la naturaleza sigue
siendo bella. Sentí un fraseo cerca de mi oído y me alerté: era un intento de
fémina situada a mi lado, diciéndome que yo que hacía por esos lares, que no
era lugar para mí, que si necesitaba un servicio, que estaba muy lindo, papi… y
yo, asustado, sólo negué todo con la cabeza y salí casi corriendo, despavorido.
¡Ash! Esa era mi pulcra oportunidad para preguntarle acerca de ese mundo, de su
realidad, de una realidad que comparada con cualquier otra es puede ser una
condena, pero que hace parte indispensable de la misma historia. Un mundo de
historias de mujeres sin nombre, con hijos, maltratadas, donde el conformismo
las hunde hasta naturalizar los contratos con el cuerpo, y donde quizá una que
otra lo haga por placer. Yo sólo caminaba rápido, muy rápido… ¿Cuándo podré
adentrarme a ese misterioso mundo? ¿Cuándo podré escribir acerca de la venta de
armas, de drogas, de personas, de órganos que se respira en ese ambiente?
¿Cuándo dejaré la cobardía para adentrarme a una realidad más latente que la de
cualquiera?... Ya en mi habitación, sentado, pensé ¿qué será de ella? ¿Quería
mi dinero, o en verdad le preocupé? Si existe Dios, que Dios la bendiga, el Estado
jamás hará nada por ella.
Viernes
14 de Febrero, Calle de las guapas, Galería, Manizales-Caldas.
2 comentarios:
Me... no sé. Distintas sensaciones me invadieron, viajé de la mano con el protagonista hasta ese mundo visto desde los cristales de la mojigatería y la apatía.
Don Jesulises de la mancha! Es impresionante todas las cosas que suceden en una ciudad que duerme en el día y despierta en la noche, me asquea como las altas esferas manejan esta ciudad a su antojo!
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