lunes, 25 de junio de 2012

Opio en las nubes: La ciudad y el amor en tiempos molestos.


“Tal vez el que construyó este barrio pensó que las esquinas eran parte de la circunferencia de la vida donde el amor es un punto central equidistante de la curva infinita del dolor”  
Rafael Chaparro Madiedo.





Contexto –a modo de Abstract-:

Los acontecimientos históricos en Colombia han sido marcados desde 1930 por la más absurda época de la Violencia; hechos que han habituado a la literatura en un bastión de resistencia, lucha y escape de la afligida realidad que nos agobia en el diario vivir. Si bien el proceso de violencia en Colombia ha logrado modernizar el país y adentrarla a las políticas mundiales del mercado, los únicos favorecidos han sido la misma clase que controla el país; “mientras al país le va mal, a la economía le va bien”[1]. Hemos observado que desde los poetas liberales-conservadores que veían los cadáveres navegar por el rio magdalena, pasando por los nadaístas en obstinación a las políticas de su momento histórico, hasta los escritores más contemporáneos han sido permeados de alguna manera por el escenario y el momento que atraviesa el país; es en este punto donde nos encontramos con escritores como Rafael Chaparro Madiedo, uno de los mejores representantes de la crítica a la posmodernidad que se rehúsa a vivir la ciudad como las personas del común y corriente vacío, ensimismadas en un mundo de libertades pequeñas e inexistentes.

Trip, trip, trip.

Los gatos, animales intrépidos, solitarios y siempre precavidos, dan tres pasos antes de alejarse o atacar cuando se sienten presionados: cada paso es un viaje antes del cometido; cada paso se convierte en un trip. Trip, trip, trip. Hemos llegado a pensar incluso, que los gatos no nos odian ni por el color de la piel, ni por el status económico, ni por la adscripción religiosa, ni por alguna otra característica; no, los gatos nos odian por que ellos son gatos y así son ellos. Estos animales tan políticamente incorrectos, siempre han sido la mejor compañía para los escritores –e innegable es la estrecha relación entre los unos y los otros, siempre tan solitarios y diferentes-. Desde Cortázar con su gato T. W Adorno –igual que el filósofo y sociólogo alemán- que es mencionado en varias de sus obras, incluidas Rayuela y El último Round, pasando por Borges y Beppo, su hermoso gato blanco, Bokowsky quién decía que los gatos caminan con una dignidad sorprendente, J. P. Sartre y su gato Nada y hasta el mismo Truman Capote, han encontrado en los felinos una dulce y particular compañía.

Dicen en varios de los artículos escritos por las personas más allegadas a Rafael Chaparro Madiedo que era un hombre tímido, como los gatos. Hijo del ingeniero Don Rafael Chaparro Beltrán y la profesora Doña Amintia Madiedo, nació en Bogotá en el año de 1963. Creció en el barrio Niza en la localidad de Suba, un bonito barrio campestre y estudió en el colegio Helvetia[2] su educación básica, culminando sus estudios universitarios en la Universidad de los Andes, donde estudió Filosofía y Letras y en 1987; se graduó con su tesis sobre Martin Heidegger, el filósofo existencialista por excelencia. Continuó estudiando en Francia, donde trabajó publicando artículos en la prensa y recibió las conferencias y los cursos de guiones de Gabriel García Márquez en Cuba, cuando este, como decía Fernando Vallejo, se codeaba con los hermanos Castro la revolución. Colaboró con varias de las revistas y periódicos del país y publicó algunos de sus cuentos y ensayos inéditos en ellos.

En 1980 conoce a Ava Echeverri, su compañera y futura esposa durante 4 años. Trabajó en Zoociedad y colaboró con proyectos televisivos como Quack, junto al grandioso periodista y humorista Jaime Garzón. Desde los 20 años tuvo la presión de la muerte sobre su cuerpo. Los médicos le diagnosticaron Lupus, una enfermedad autoinmune que acaba con el sistema inmunológico del organismo y tan sólo le prescribieron 6 meses más de vida; a pesar de todo, logra vivir otros 12 años con su enfermedad a cuestas, hundido entre la bohemia y los cigarrillos Pielroja que siempre lo acompañaban. Escribe su obra cumbre, Opio en las nubes[3], aproximadamente en 1991 y las primeras ediciones son financiadas por Colcultura. Logra sobrevivir a la crítica que tilda su obra de banal y absurda y el 18 de abril de 1995 muere en la Clínica Santa Fe de la ciudad  de Bogotá.

Una sucia mañana de lunes.

Opio en las nubes se nos presenta como una nueva manera de vivir la ciudad. Desde Gonzalo Arango hasta Andrés Caicedo, Efraím Medina, Chaparro Madiedo y el mismo Mario Mendoza entre muchos otros, vemos una particular visión de subsistencia a la posmodernidad, siempre esta tan llena de vacíos y con una velocidad incansable e inalcanzable, donde lo único que parece importar son los procesos económicos que van a la sazón del tiempo mismo. Opio se desarrolla en los suburbios, donde parece que el tiempo no tiene ni horas, ni minutos, ni segundos, solo una secuencia de instantes neurálgicos que se despliegan entre sus calles oscuras, medianamente pavimentadas, sus bares y sus prostíbulos. El amor, el desamor, la soledad y los vicios se encuentran como un cóctel molotov, en un sitio donde la esperanza se ha perdido en los recónditos y oscuros pasadizos del progreso.

“Nadie puede afirmar que Pink Tomate fuese su encarnación literaria, pero como el prodigio de la literatura permite que el lector especule y arme el rostro y la sicología de sus personajes de papel, a muchos nos ha dado por pensar en un gato con gafas redondas, que quería acabar con la existencia de todos los cigarrillos Pielroja, todos los chicles, todas las botas de gamuza, todas las nubes y todos los aromas. (…) Los no lectores, los facilistas, los lenguaraces, los críticos de borrachera, jamás entenderán que esta novela, más que para leer, se escribió para fumar.”
Ignacio Ramírez.[4]

Pink Tomate, el gato que no sabe si es un tomate o un gato –aunque en todo caso, a veces le parece que es un gato que le gustan los tomates o más bien un tomate con cara de gato- es el reflejo de la conciencia de la sociedad y de Caicedo como parte de esta misma colectividad que se encuentra confusa entre los paradigmas postmodernos. Envueltos los personajes entre las calles tristes y las noches desiertas, nos confiesan que la ciudad es una total distopía. La desalentadora selva de cemento donde se desenvuelve la historia, es una ciudad caótica, llena de bares y de antros, de edificios y pocos espacios verdes; una apología al dios Dionisio, al Eros y a Afrodita en la intimidad, donde solo allí no son juzgadas las libres manifestaciones y deseos insaciables del sujeto. La ciudad estalla como el diesel cuando hace combustión con su detonante.

Situarnos en una ciudad específica en el territorio colombiano o mundial es complejo, en el sentido de que la obra refleja cualquier ciudad que vive cualquiera de los momentos allí presentes. Ciudades fugases, llenas de suicidas y asesinos en serie, ciudades donde la prontitud no conoce descanso y la calma ha desaparecido del horizonte, metrópolis atiborradas de publicidad y consumismo, de inseguridad y la siempre insaciable sensación de velocidad. La urbe ha perdido el encanto de las fabulosas aventuras de las clases altas y se muestra opresora a la juventud, se proyecta como la fotografía de un campo de concentración a blanco y negro, como la más cercana representación del infierno, como el ensimismado mundo de los ricos contra los pobres. La metrópoli en la obra puede ser un Bogotá con playa costera, un Manizales con bares punks, un Londres con ardientes bestias de las nieves o un Cartagena con días fríos y grises; todas ellas comparten en común la pérdida del romanticismo, en una obra que quiere rescatar el amor matutino y taciturno, el amor disidente y nocturno, el amor fugaz, precoz y mundano pero que al final no deja de ser amor, o algo muy parecido.

Dice Goethe a su amigo condescendiente en sus epístolas, que en el momento en que se limita la manera de amar y se reduce el amor a espacio de ocio, es el comienzo del fin de este: “amar es de hombres; pero es preciso amar a lo hombre; divide tu tiempo, dedica una parte de él al trabajo y no lo consagres a tu amada más que los ratos de ocio; piensa en ti, y cuando tengas asegurado lo que necesites, no seré yo quien te prohíba hacer, con lo que te sobre, algún regalo a tu amada; pero no con mucha frecuencia: el día de su santo, por ejemplo, o el aniversario de su nacimiento…”[5]; estos parecen ser los códigos del capitalismo que limitan el sentir intrépido de los enamorados post-romancistas. Madiedo destella en su obra la ausencia del sentimentalismo y el alejamiento mismo del amor en la periferia de las ciudades, con las avenidas llenas de amarguras, entregues y traiciones y al tiempo nos exhibe a una Amarilla desatinada, bohemia y demencial que para algunos, entre los que he de incluirme, es también un prototipo de amor mundano y mengano.

El amor, de lo que está marcada toda la obra y es la causa de tantos sinsabores, suicidios y crímenes pasionales del mundo contemporáneo, nos refleja el menoscabo o el remplazo del centro de la vida del individuo. En la antigüedad, el centro de la vida del individuo era múltiple: la búsqueda de la virtud, de la política, el saber, la religión, el honor y el poder eran, entre muchos otros, motivantes de la vida. Pero en el mundo contemporáneo han sido remplazados todos estos por la búsqueda implacable del amor. Los saberes han sido suicidados y son limitados para unos pocos. La virtud se perdió de la mano del valor de la palabra. La política perdió su esencia, su sentido. La religión es un alienante más, uno de tantos opios. El dinero, como el poder se convirtió en utópico, otro ilusorio en un mundo salvaje donde el poder es de unos pocos que nacen predestinados a este: por más talentosos que seamos, las libertades, el éxito y la esperanza están cada vez más confinadas por el neodarwinismo social creciente en un sistema casi que sin salida. Y si solo nos queda el amor, -estereotipado en los sueños de la búsqueda del amor, en realidades y sueños personales o impuesto también por prototipos dados por los medios de comunicación donde prima la monogamia como intrépida opresora del animal carnal y mundano que es cada sujeto humano- y este nos falla, ¿qué nos queda? La inmensa cantidad de vacíos del hombre coetáneo nos da la certeza de que los tiempos van mal, y de que es necesario escapar a ellos, como diría Bakunin, mediante cualquiera de estas tres formas: la iglesia, la cantina o la revolución. Los personajes del libro, han optado por la segunda, amándose, odiándose, refugiados en placeres y ajenos a las responsabilidades, mostrándonos que también la inacción puede ser una alternativa tan dolorosa como laboriosa y que sostenerse en estos tiempos es complejo, sonreírle hipócritamente a la vida y a la muerte son sinónimos del desangre de una humanidad fingida, sin rumbo, sin futuro y con un pasado absurdamente distorsionado propenso al olvido y reducido a documentales de historia. El amor en los suburbios es el único refugio a la soledad y a la desesperación y, como el arte, son los únicos méritos cercanos al vivir que trasciende la levedad de la existencia; ambos impugnan a las religiones que prometen otras vidas, o la ciencia que apenas la estudia.

“Las luces de la ciudad son pequeños ojos rotos, locos, alucinados que nos vigilan. Me dan ganas de estar en la mitad de una autopista.”[6]

El libro nos envuelve en una prosa estupefaciente. He de confesar que jamás, y espero no hacerlo pronto, he terminado de leerlo. Me invade cierto aire de nostalgia cuando leo la última parte de éste, Jirafas con Leche, y aún más cuando en la última hoja del libro aparece la palabra Fin, como si terminando el libro terminara la latente realidad que con vicisitud nos ataca a diario. Opio en las nubes es una droga de escape al desesperado contexto colombiano, una manera de ver y vivir la ciudad en las orillas, por fuera del mismo progreso, del sistema y de los golpes que nos da la posmodernidad. Opio nos muestra que escapar a la violencia en un bastión de resistencia tan importante como la literatura es posible, y es por ello que los jóvenes lo hemos convertido en un libro de culto, tan significativo en la cultura nacional que se hace imposible, literalmente, ir a alguna biblioteca y encontrarlo en alguna edición intacta, en su inmensa mayoría maltrechas por el frecuente uso, o encontrarlo en una buena edición en alguna librería. A pesar de que la academia lo criticó fervientemente, Opio ha logrado -como las drogas- subsistir a sus ataques, y ha sobrellevado una generación que se refugia en las narcotizas, el sexo, el desamor y otros demonios para apaciguar la infinita amargura del sujeto contemporáneo. También, lo han convertido en un libro de culto -aunque con ello tengo varias diferencias-. La literatura de alcantarilla, como algunos se atrevieron a llamar a la obra, nos reafirma la frase –aplicable a tantos contextos- de la poetiza argentina Alejandra Pizarnik: “una mirada desde la alcantarilla, puede ser una visión del mundo”: Opio en las nubes es un grito desesperado a los tiempos modernos.

“Cada cosa en el mundo tiene su lógica. Las calles tienen su lógica propia. Los tomates y los gatos también. Mi lógica es un poco gris, un poco nocturna. Es una lógica con techos, lluvia, una lata vacía de cerveza trip trip trip, qué cosa tan seria y un poco de soledad y whisky. En el fondo toda lógica es solitaria y sobre todo la de los gatos. En realidad un gato no vive su propia vida. Un gato vive la vida de la ciudad. La lógica del gatos es de la calle, de la sangre, de la basura y la mierda trip trip trip. Una lógica jodida, puta mierda. Para ser gato hay primero que comprender la lógica de los árboles, que si es un árbol triste o un árbol alegre, que si es un árbol donde se mean los perros o donde se besan un hombre y una mujer. De todos modos es un asunto complejo. La lógica, mi lógica, la de Pink Tomate es salir en las noches y decir mierda el mundo lo hago yo, yo soy el rey de la noche, yo puedo andar por encima de toda la mierda de las calles y al mismo tiempo comer mierda. Mi lógica es vagabundear por los techos y decir trip trip trip soy el dueño de mi pequeña soledad alquilada, qué cosa tan seria, es sentir la lluvia en mi rostro, es ser la lluvia, ser la desolación, ser el viento nocturno, ser la contaminación, ser una botella de whisky, ser las nueve de la noche, ser un árbol, un pez, un plato de arroz, el humo azul de un cigarrillo, ser el olor de esas mujeres que van a los bares y dicen vamos o no vamos, ser su boca, sus dientes, sus nalgas, sus manos trip trip trip, vamos o no vamos.”[7]



[1] SÁNCHEZ, Gómez Gonzalo. Guerra y política en la sociedad colombiana. Segunda edición. Punto de Lectura. 2008. Pág. 29.
[2] Bogotá. Colegio privado, católico con énfasis en Humanismo. De origen Suizo.
[3] Nota del autor: hasta hace unos meses se pensó que era la única obra de Chaparro. En la 35ª edición de la Feria Internacional del Libro, celebrada en Bogotá en el año 2012, la editorial Tropo Editores sorprendió a todos los lectores y críticos de Chaparro con la publicación de una segunda obra, titulada El pájaro speed y su banda de corazones maleantes, libro al parecer escrito en dos partes de tiempo, la primera mitad antes de comenzar a escribir Opio en las nubes y la segunda mitad después de culminarla.
[4] Tomado de El Tiempo, Lecturas Dominicales. “Nefelibata y Opio”. Abril 11 de 1999.
[5] WOLFGANGH, Von Goethe Johan. Werther.  Editorial Panamericana. 2006.
[6] CHAPARRO, Madiedo Rafael. Opio en las nubes. Colcultura, Premios nacionales. 1992.
[7] CHAPARRO, Madiedo Rafael. Opio en las nubes. Fragmento: Una lógica pequeña. Colcultura, Premios nacionales. 1992. Pág. 115

martes, 5 de junio de 2012

Nocturno.

Lentamente,
despacio,
sin abrir los ojos,
la noche se confabula entre fábulas burlescas
y desoladora lasitud
para desviarnos.

Pero mi sueño,
ese mismo en el que le cuento deseos a tus labios ávidos,
en el que le relato a la luna del sentir intrépido
que se cruza por nuestra aventura de enamorados;
ese mi sueño, se esculpe como cincel
sobre tu aspecto.

Y tu alma,
delineada por el más fino céfiro que se posa en tu cuerpo,
me cuenta los suspiros del día que de tu entraña salen,
en la búsqueda de mi recóndito recuerdo
que te recuerda a cada instante
porque no hay labor extenuante ni perpetua,
que me olvide de tu rostro sobre mis piernas,
-sonriendo-
de tu entrecortada respiración cerca a mi oído,
o de mis manos en deleite en tus cabellos:
entre instante e instante te recuerdo.

Te siento,
siento tu nombre como canción de amor,
como soneto de savia y placidez inmortal.
Siento tu fragancia como aroma de mi existencia
que cobra sentido cuando siente tus rumiares y tus cuentos
en los que represento el hombre de final feliz
con la doncella de la pasión en rojo.

Te secuestraré,
y no habrá más rescate
que tus labios que conocen
mi secreto.

Y en la noche que alumbra, antes del amanecer,
le dejaré una carta a la noche -que concluye el día,
que termina el tiempo y liquida el instante-,
para que le cuente al girasol que dejará de girar,
y al viento que dejará de soplar,
y a la nube que dejará de llover,
y al mismo sol que dejará de iluminar,
que te he hurtado;
e irán a tu encuentro mientras brazo a brazo,
y beso a beso,
le declaro a tu mente y a tu aliento
el encanto, el amor, el ímpetu y el deseo.

¡Y que vengan a buscarnos,
pero yo a ti,
te secuestro!