John N. Gray, mi filósofo inglés de cabecera (y que infortunadamente cuenta con el mismo nombre que un escritorzuelo de superación personal en cuestiones de género), escribe este libro pasados sus 70 años y publicado antes de la pandemia del Covid-19. Seven Types of Atheism es un libro ligero respecto a su obra, tanto que pareciera, al menos en los primeros cuatro tipos de ateísmo, no ser escrito por él o ser un reencauche de muchos de sus otros magníficos libros, como Perros de paja, La Comisión para la inmortalización: La ciencia y la extraña cruzada para burlar a la muerte, Misa negra: La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, El alma de las marionetas: Un breve estudio sobre la libertad del ser humano o El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos, donde ya había recogido varios de los personajes, cuadros de ideas y conclusiones, inclusive con mayor profundidad.
En este libro Gray nos muestra que el ateísmo no es un movimiento monolítico o un sistema cerrado de ideas; en realidad, el ateísmo tiene al menos siete excepciones, y va de la menos interesante y más extendida -el ateísmo liberal actual que, en realidad, es sólo una máscara del mito judeocristiano auscultado en el progreso, la creencia en la existencia de la humanidad y el mito de que cada vez somos mejores- hasta el ateísmo de Arthur Schopenhauer, Baruch Spinoza y Lev Shestov, un ateísmo del silencio muy parecido a la teología negativa que difumina tanto la idea de dios que casi logra eliminarla.
Grey también nos recuerda que en la antigüedad ser ateo o ser creyente en un solo dios (monoteísta) eran dos caras de una misma moneda, porque atheo era una persona sin dioses, porque rendían culto a un solo dios. Ateísmo no era rechazo de la religión. La religión, más que un conjunto de ideas es un conjunto de prácticas con sus propias teodiceas -justificaciones de dios(es)-. Y aunque el monoteísmo sea profundamente henoteísta -creencia que obliga a rendir culto exclusivo a su propio dios-, en el mundo coexisten varios modelos de religión (animistas, no teístas, teístas de tipo politeísta y de tipo monoteísta, y religiones ateas). Y así como hay religiones, hay tipos de ateísmos, algunos mucho más creyentes y arraigados en la idea de dios que otros. Un recorrido rápido:
El tercer tipo, es la “extraña fe en la ciencia”. Charles Darwin expulsó de la ciencia la teleología al decir que “en la variabilidad de los seres orgánicos y en los efectos de la selección natural no parece haber más designio que la dirección en que sopla el viento” (Autobiografía). No obstante, esto de lejos quiere decir que no exista la moralidad, ya que el que la moralidad pueda tener una explicación evolucionista no indica qué moral debe tener una persona ni si debería ser un ser moral. La inmoralidad es también un producto evolucionista, y “el ladrón y el asesino obedecen a la naturaleza tanto como el filántropo”, nos recuerda Aldous Huxley. La fe en la ciencia, inevitablemente, ha traído sendas barbaries como el racismo moderno o el racismo científico, y ahora ha reinventado la idea del transhumanismo como negación de nuestra propia naturaleza, como un ejercicio de deificación que no es capaz de renuncia a la idea de dios.
El cuarto tipo de ateísmo es, casi, un sinónimo del gnosticismo y la religión política moderna. Estos ateos se han basado en el jacobinismo y el bolchevismo como fuerzas secularizadoras cuando, en realidad, no han sido más que canales de trasmisión de los mitos milenaristas cristianos. El nazismo fue, en su momento, un proyecto contra ilustrado que, a su vez, contenía en sí un proyecto ilustrado (la mejora continua de la especie humana). El liberalismo es, en realidad, un reencauche del monoteísmo. El islamismo y el cristianismo son tan parecidos al leninismo y al fascismo porque todos estos son fundamentalismos religiosos. La creencia en que vivimos en una era laica no es más que eso, una creencia tan similar a aquella que mantienen estos ateos de que una nueva versión del ser humano surgirá del cataclismo o de la convulsión a lo largo de la historia.
Hasta aquí, estos cuatro tipos de ateísmo pueden ser casi que uno solo y se resumen en una reinvención de los mitos más antiguos del cristianismo y el judaísmo, ocultados en los rustros del proyecto de la humanidad, la unificación de los países en un proyecto común occidental democrático, la ciencia, la técnica, la tecnología y la visión de que el futuro será mejor aunque nada nos indique que así será. Ahora hablaré sobre los tres últimos tipos de ateísmo, aquellos donde mejor se posiciona el mismo John Gray y donde, indudablemente, se muestra el autor que por varios años vengo siguiendo, un hombre lúcido, crítico e, indudablemente, radicalmente ateo.
El quinto tipo de ateísmo es el de los misoteístas, o personas que odian a dios. Son aquellos que no han logrado deshacerse de la idea de dios, pero que rechazan su intromisión o su falta de intromisión en los asuntos del cosmos con odio. Allí aparecen grandes personajes como Fiodor Dostoïevski, William Empson, Nikolai Berdiayev o el Marqués de Sade, quien decía que “La idea de Dios es la única equivocación que no puedo perdonar a los hombres”.
El sexto tipo de ateísmo es el que ha rechazado la idea de progreso, es el ateísmo del magnífico filósofo George Santayana, un ateísmo devoto del universo que sólo niega a los dioses hechos por los hombres a su imagen y semejanza para servir a sus propios intereses. Es el ateísmo de Lucrecio, el ateísmo que entiende que lo que nombramos como progreso no es más que un simple proceso de perfeccionamiento de unos modos de vida concretos, en un mundo lleno de modos de vida diferentes entre sí. El único progreso real que reconoce este tipo de ateísmo es que vamos hacia la muerte, porque el progreso sólo puede ser esperable en la tecnología y en las artes mecánicas. Este es también el ateísmo de Joseph Conrad, el de la lucha de los marineros con el océano como una “alegoría de la situación humana en un universo sin Dios”. Nada indica que vayamos a mejor y Dios no existe para ayudarnos a cimentar esta idea.
El último tipo de ateísmo es el del silencio, el de Schopenhauer, Lev Shestov y Spinoza. Es el ateísmo donde se posiciona la compasión hacia el otro como forma de destrucción de los valores judeocristianos, el ateísmo que rechaza a la idea de dios a partir de la teología negativa, el ateísmo que entiende que la religión es universal como idea, mas no como conjunto de creencias y de prácticas. El ateísmo que entiende que en algún momento de nuestra vida podemos creer en los cambios de viraje del destino a nuestro favor, pero que rechaza a partir de la consideración de poca importancia la existencia de dios porque entiende que ni la naturaleza ni el universo la necesitan. Aquí, el Dios de Espinoza es una sustancia infinita que subsiste eternamente sin principio ni final ene l tiempo, guarda identidad con el mundo. Esta expresión del ateísmo no se preocupa por la idea de dios porque, al fin de cuentas, no la necesita, y entiende que el mundo es contingencia y absurdidad pero justamente la falta de sentido del mundo y de la vida misma es un cántico de redención.
Un ateísmo librepensador debe cuestionarse no solo al fe en dios, sino la fe en la humanidad y en el progreso. Un ateísmo librepensador debe entender que muchos seres humanos requieren de la fe para darle sentido a sus vidas y, sin esta fe, pueden verse abocados al pánico y a la desesperación. Religión y ateísmo, entonces, no son términos opuestos, antitéticos o antónimos. Son una muestra más de que los límites de la comprensión y el conocimiento humano existen, y que poca diferencia hay entre un mundo sin dios y un mundo bañado de divinidad. “La fe y el descreimiento son posturas que la mente adopta frente a una realidad inimaginable” (214) y, además, ininteligible.
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