Mi religión la perdí hace ya varios años. Estudiar en un
colegio Católico toda mi niñez y parte de mi adolescencia no
le garantizó a mi familia formarme como ellos querían: católico,
apostólico, romano. No. Por el contrario, estar dentro de las venas de la
religión me abrió un poco la mente mientras veía como se la cerraban
a mis compañeros; ver el manejo de la educación por parte de los clérigos, y el
dinero, las injusticias y el cómo nos querían implantar sus
"valores" y "virtudes" acomodadas a sus creencias fue
fatal; pero darme cuenta de todo esto, a su vez, fue una cruz a cuestas, ya que
al principio arremetí contra Dios, y el colegio contra mi modo de pensar.
Después de muchas lecturas y vivencias, sigo sin creer pero entiendo que la
culpa no es de Dios, porque no puedo culpar algo que no existe. Dios es un
paraguas y una venda. La libertad de cultos no era muy aplicada en
ese lugar, ni en este país.
Por estos días de Semana Santa he estado asistiendo a
algunos de los rituales católicos, tal como lo hago año tras año. Aunque estoy
en desacuerdo con muchas de sus cosas, ver en un templo personas de todos los
estratos, pieles, razas y edades juntos, cantando con ferviente pasión me pone,
literalmente, los pelos de punta, y me resulta interesante ver cómo la gente se
olvida por un momento de sus problemas y se entrega a un ente superior, a un
motor inmóvil, guiados por las palabras de un predicador. Me regocija ver que
por lo menos en este país las personas se organizan en un templo para
para recibir ese cuerpo y esa sangre de Cristo transformados en pan y
vino. Ritual casi caníbal.
Pero no dejo de salir con cierta
rabia, tristeza, desasosiego y melancolía tras
las eucaristías. Es impresionante como la alegoría al cordero se
transforma en creyentes. Así son todos, entregados a un cristo que ellos
mismos crucificaron y ahora lo alaban, entregándole sus
problemas y necesidades a un dios en una oración, como si se fueran a remediar
los problemas de este país rezando y sin por lo menos a exigirle a quienes lo
dirigen un buen manejo de nuestros impuestos. Me parece fatal y catastrófico
ver como entregan su dinero para la construcción de una capilla, mientras vemos
en televisión cifras de más de tres millones de personas damnificadas por el
invierno. Me da sencillamente asco ver como predican ayuda al pobre, pero salen
de la iglesia –y no hablo exclusivamente de la Católica- y no ven a la
mujer indígena desplazada por la violencia con sus tres hijos tirada
en un andén; pasan de largo ignorando un ser humano tan igual a ellos, tan hijo
de dios como todos ustedes... Y me da desconsuelo ver la cantidad de dinero
invertido en esta semana, en imágenes, en vestidos y en tantas vainas,
mientras más de medio país se hunde bajo las aguas de la naturaleza enfurecida
por tanta destrucción.
Hoy entré a la basílica de La inmaculada, cerca del
Centro Comercial Parque Caldas, a eso de las 8
a.m. Fue impresionante escuchar el discurso del sacerdote,
clamando a sus creyentes cómo una fiera herida -de esas que antes de
morir atacan con más fuerza- que no juzgaran la religión y muchos menos a sus
clérigos, que no los juzgaran por las miles de violaciones a lo largo
de la historia, ni por la pedofilia... Que no los juzguen por el
concordato, por los asesinatos, por el robo de dinero y por el suicidio de
conciencia al que nos están sometiendo agarrados de las manos con el sistema.
Que no los juzguemos por el racismo, el machismo, el apoyo a los nazis, a las
diferentes sectas monetarias, y mucho menos por privarnos de derechos
tan básicos como la libertad, derechos otorgados por Dios para todos los
hombres. Que fueron otros tiempos, y que el tiempo lo cura todo. Y me acuerdo
de la antigua Grecia, más específicamente de Edipo, cuando, aun aunque había
actuado desde el desconocimiento, notó que por sus errores los dioses
castigaban a los suyos, y se arrancó los ojos en señal de arrepentimiento. Cuando descubrió la verdad de su
error, y que había fallado aún cuando creía que hacía lo correcto, se hizo merecedor del castigo.
No saber que se comete un error no nos deja exentos de aceptar la culpa y el
castigo.
"La justicia divina se encargará". ¡Patrañas
conformistas!
Y lamento decirlo, pero no pretendo usar el perdón y
olvido contra esta institución; yo no perdono los millones de
muertos en las cruzadas, de la edad media, de la edad contemporánea.
Mucho menos el atraso político,
cultural, artístico y económico al que nos sometieron
durante más de 1300 años. No perdono, ni olvido haber visto a un sacerdote
sacar a gritos a un mendigo a mitad de la eucaristía, finalizando el
evangelio, como tampoco perdono la cantidad desmesurada de dinero que
queda en sus urnas, en sus cuentas bancarias, mientras el mundo se cae
a pedazos. No perdono al vaticano por ser tan miserablemente rico mientras
ven como en África mueren de hambre miles, millones. No perdono una institución
que degradó un mensaje como el de Jesús, el Cristo. No perdono
la tergiversación de la palabra amor.
...y ahora, volar se hace cada vez
más difícil entre tantas personas arrodilladas, acribilladas,
con la realidad distorsionada. Me siento como un perro sin dueño, mirando
al horizonte, sólo... sin religión, casi que sin fe.
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