Hace
pocos días invadió los cabeceros de los periódicos, una grave noticia sobre el caso de un
agente de la CIA (Central Intelligence Agency), Edward Snowden, que infiltró una serie de documentos que permitieron comprobar que
el gobierno de Estados Unidos lleva varios años espiando a sus ciudadanos,
tanto los que se encuentran dentro de su territorio como quienes se encuentran
por fuera del mismo. El caso se volcó aún más complejo, cuando se supo que el
joven había huido del país, y solicitaba a una veintena de países asilo político.
En
virtud de su humanidad y valentía, considero que se le debe dar asilo político
en tierras suramericanas a éste hombre que, a pesar de haber traicionado la
organización a la que “pertenecía”, claramente lo hizo porque puso por encima
de sus intereses económicos, un interés primario en la vida de cada ciudadano:
la privacidad. Snowden comprendió que pertenece primero a la especie como
institución, que a la organización como mecanismo de sometimiento a una pequeña parte de la especie.

Es
por éste último punto que los Estados han decidido someter nuestra privacidad,
creándonos una necesidad, un temor: el terrorismo. Desde la ola de supuestos terroristas provenientes del medio
oriente, los grandes capos sudamericanos, los escándalos sexuales europeos y
los tiroteos norteamericanos, se ha impuesto una cultura del terror; los
mismos Estados que propagan a través de los medios de comunicación diversos
prototipos de personalidades psicóticas, que crean sujetos problemáticos en
base a las cohibiciones culturales y que, a fin de cuentas, crearon el
problema, han creado también la solución: una mayor inversión en “seguridad”. El mismo presidente de Estados Unidos ha declarado que para una
mayor seguridad se debe sacrificar la privacidad de los ciudadanos. La
seguridad se ha tornado peligrosa.
Si bien éste hombre cometió
una traición (del latín traditio, traditiones: entregar,
trasmitir algo o alguien al otro bando. Cabe aclarar que en el latín culto, traditio o traditiones, puede también significar tradición o tradiciones; la diferencia es que la tradición es lo
que se entrega o se trasmite a las siguientes generaciones, y la traición es la
entrega de algo o alguien a la banca enemiga, contraria.), me someto a opinar,
haciendo un acto de fe –de los que escasamente palidezco una o dos veces por
año-, que lo hizo en beneficio de la humanidad como especie, poniendo por encima
la lucha por la privacidad y la libertad sobre una organización que está sujeta
a una selecta y pequeña (pequeñísima) parte de nosotros: la clase política
gobernante, que con dificultad puedo reconocer como perteneciente de mi propia
especie, porque la ambición y el poder mismo los han deshumanizado. Sé también
que la deshumanización, desde el Zarathustra nietzscheano, ha sido comprendida
como un paso necesario para aquellos que se rigen por el pensamiento
empírico-matemático, pero el superhombre producto de la tecnología, la
cibertecnología y la biotecnología no puede perder de sus entrañas lo que las
generaciones anteriores han alcanzado, derramando millares de litros de sangre:
me refiero a los grados de libertad. La historia del ser humano ha sido la
misma historia de la lucha por la libertad.
Me
causa real y visceral estupor que los mass
media y las personas del común se preocupen más por la traición al imperio
que por lo que éste joven logró revelar en su osada acción. ¿Cómo es posible
que nos intranquilice más la traición a una organización como la CIA, completamente
ajena a nuestros intereses, que el hecho de que los gobiernos de turno nos
estén arrebatando la privacidad y la libertad?
He
dicho anteriormente que la historia del hombre –como especie- ha sido la
historia de la lucha por nuestra libertad. Hemos pasado de un sistema sociocultural a otro
(con sus doctrinas eclesiásticas y económicas) a riesgo de ver correr ríos de sangre,
sólo por la promesa de la libertad (del comunismo primitivo -presos del instinto- al esclavismo -presos de la propiedad privada primaria-; del esclavismo al feudalismo -presos de la religión-; del feudalismo al capitalismo -presos del capital-). Pero cuando una clase social pasa de ser la
clase crítica a ser la clase instaurada, la promesa se trastrueca en olvido, y
todo aquel que quiera revivirla será sindicado de antiprogresista, retrógrado, conservado o de
terrorista, llegado el caso.
Sé
cuán difícil es librar una guerra en tiempos donde los tentáculos del poder
mueven maquinarias grandísimas que incluyen a cientos, miles y millares de
hombres que acatan órdenes y se olvidan de su humanidad. Es por ello que admiro
profundamente a Snowden: porque intentó, aun siendo un solo hombre, subvertir
las dinámicas de una enorme rueda dentada que no quiere detenerse en su afán de
quitar la división de lo público y lo privado, para contrariar la misma esencia
del hombre y llevarlo a una encrucijada en la que sólo pueda reconocerse como
miembro de una maquinaria indetenible, una maquinaria naturalizada,
que supuestamente siempre ha existido y que, por tanto, siempre existirá. La resistencia de
un solo hombre en estos tiempos, como héroe espartano, no sólo tiene
resonancias de valentía olvidadas por el sujeto contemporáneo, sino que
realmente representa lo que tantos soñamos de niños y lo que tantos fueron en el
pasado: héroes.
2 comentarios:
Mientras las personas se solidarizen con sus carceleros y con la limpieza social como metodo de mejorar la sociedad, hay pocas esperanzas. Buena entrada Daniel!
Hay algo sumamente triste en todo esto: el imperio no descansará hasta ver a snowden sufriendo en guantánamo sus torturas.
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