Ocho de la mañana. Las
calles se iluminan por el sol, que muestra los rayos que se jadean encendiendo
con sus partículas cada centímetro de cada ser; al tiempo, los habitantes de una
ciudad al oeste de Japón labran la tierra, y una que otra persona está en
conflicto con su maquillaje… Una hermosa niña, cuya edad no supera los dedos de
sus manos, de cabellos negros y lacios, de rostro redondo y mejillas salpicadas
por el rocío, divisa el cielo y ve al fondo, entre la vaga línea al horizonte,
un pájaro gigante, uno como tantos ha visto últimamente. Pero éste va sólo,
Y brotan de su dictamen las
preguntas… ¿Qué tan joven está el mundo?; ¿Qué tan lozana es ella?; ¿Cuál es la
edad perfecta para morir?; ¿Serán los nueve años?; ¿Será un día después de su
cumpleaños, el día dotado de beldad para llegar a ese fin ineludible llamado
muerte?; las preguntas llegan a su cabeza, una tras otra, como un bombardeo: fuertes,
directas, asesinas, nucleares.
Ocho quince de la mañana. Un
avión en el aire, como un pájaro gigante, recibe una llamada de confirmación y
atiende a ella como a un instinto. Una caja se desprende de él con un paracaídas, y todos, anonadados, se preguntan, ¿qué nos enviaron que necesita de un paracaídas? ¿la rendición?
No hubo un sólo momento de respuesta más allá de la pregunta retórica y terrorífica frente aquella caja que caía lentamente del cielo. Todo luego fue confusión, un fuerte sonido, una luz tan blanca que enceguecía. Estalló la bomba.
No hubo un sólo momento de respuesta más allá de la pregunta retórica y terrorífica frente aquella caja que caía lentamente del cielo. Todo luego fue confusión, un fuerte sonido, una luz tan blanca que enceguecía. Estalló la bomba.
¿Dónde quedaron los sueños
de esta pequeña?; ¿Quién le intentó responder estas preguntas?; ¿Cuánto valemos?...
jugando a la sosa guerra, traveseando a controlar un mundo que ha sido de
nadie, para tenerlo en sus manos… a sabiendas de que lo que ven no es más que
una ilusión; a sabiendas de que lo que persiguen es solo un papel plasmado con
más sangre que tinta…
¿Quién tiene más derecho que la verdad para destruir los sueños?
¿Quién tiene más derecho que la verdad para destruir los sueños?
2 comentarios:
me recuerda algo que escribi hace tiempo... que triste que el mundo se atreva a quitarle la luz de los ojos no solo a una si no a miles de jovenes con sueños por delante...
Que triste que el mundo se haya vendado y enceguecido a sí mismo...
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