martes, 5 de junio de 2012

Nocturno.

Lentamente,
despacio,
sin abrir los ojos,
la noche se confabula entre fábulas burlescas
y desoladora lasitud
para desviarnos.

Pero mi sueño,
ese mismo en el que le cuento deseos a tus labios ávidos,
en el que le relato a la luna del sentir intrépido
que se cruza por nuestra aventura de enamorados;
ese mi sueño, se esculpe como cincel
sobre tu aspecto.

Y tu alma,
delineada por el más fino céfiro que se posa en tu cuerpo,
me cuenta los suspiros del día que de tu entraña salen,
en la búsqueda de mi recóndito recuerdo
que te recuerda a cada instante
porque no hay labor extenuante ni perpetua,
que me olvide de tu rostro sobre mis piernas,
-sonriendo-
de tu entrecortada respiración cerca a mi oído,
o de mis manos en deleite en tus cabellos:
entre instante e instante te recuerdo.

Te siento,
siento tu nombre como canción de amor,
como soneto de savia y placidez inmortal.
Siento tu fragancia como aroma de mi existencia
que cobra sentido cuando siente tus rumiares y tus cuentos
en los que represento el hombre de final feliz
con la doncella de la pasión en rojo.

Te secuestraré,
y no habrá más rescate
que tus labios que conocen
mi secreto.

Y en la noche que alumbra, antes del amanecer,
le dejaré una carta a la noche -que concluye el día,
que termina el tiempo y liquida el instante-,
para que le cuente al girasol que dejará de girar,
y al viento que dejará de soplar,
y a la nube que dejará de llover,
y al mismo sol que dejará de iluminar,
que te he hurtado;
e irán a tu encuentro mientras brazo a brazo,
y beso a beso,
le declaro a tu mente y a tu aliento
el encanto, el amor, el ímpetu y el deseo.

¡Y que vengan a buscarnos,
pero yo a ti,
te secuestro!

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