Salí
de la casa de mi novia. Era cerca de la media noche y me disponía a hablar con
alguno de los jóvenes travestis que se detienen en el centro de la ciudad a
atrapar potenciales clientes, con sus trajes cortos, sus rellenos de prendas de
algodón y sus deseosas ganas de hacer dinero. Al subir a la Carrera veintitrés
con Calle veintiocho, a una cuadra de un centro comercial, frente a un asadero
de pollos que abre hasta altas horas del amanecer, observé alrededor y no se
encontraba ninguno. Procedí a detener un taxi de servicio público, y mientras
los esperaba, bajo el faro de luz que iluminaba mi rostro, un hombre se me acercó.
Al instante lo reconocí.
Hace
un mes aproximadamente, en el mismo lugar mientras esperaba un taxi. Se me
acercó un hombre de unos 40 años aproximadamente, de piel blanca y manos
negras, un rostro un poco corroído, ojos perdidos y rojos. Cuando lo tuve
a menos de dos metros, por instinto, ese instinto salvaje que debe
desarrollarse en estas selvas de asfalto llamadas ciudades, me asusté y se
agudizaron todos mis sentidos, dando dos pasos hacia atrás, hacia el asadero,
pero aun así no alcanzaría a llegar allí; decidí aguardar con falsa calma.
El hombre, muy pasivamente me dijo: "¿No se acuerda
de mi chinito, el de Chinchiná?". Inmediatamente, y dadas
las circunstancias, decidí seguirle el juego; le pregunté por su vida
- aún sin saber si la tenía- y me respondió que bien, que allá
en el pueblo, que como siempre. Le pedí de urgencia que me detuviera un taxi,
no llevaba monedas en ese momento y le aseguré que en una próxima ocasión se la
daría, que se la quedaba debiendo.
Sí,
ese era el hombre de ese día, un poco más cambiado, más consumido, reflejando
cada vez más la realidad triste de esta ciudad. Era ese hombre, el mismo que me
puso a pensar varias noches, ¿qué hacía, aquel ser que dejé pasar como
oportunidad para conocer un poco más los fondos oscuros e impenetrables de esta
ciudad sacrílega y pagana?
Comenzamos
de manera amena la conversación; no mantuvimos distancia, como si fuésemos dos
amigos de toda la vida. Su cordialidad, ante todo, inspiraba confianza. Me
estiró el puño a la espera de que golpeara con el mío Esa es –en mi criterio-, una
señal de gratitud, porque quizá no muchos se atrevían hablarle como lo que es,
un humano que le ha tocado estar bajo las condiciones más precarias que se
puedan soportar.
Le
pregunté que qué había sido de su vida, que a qué se dedicaba en esta ciudad un
poco distante de su pueblo natal. Me dijo que era reciclador, que se dedicaba a
vivir de los archivos de otras personas, de lo que les sobraba, de lo que no
utilizaban. Que se ganaba la vida entre los almacenes, deseando cosas
que jamás serían suyas, pero jamás se atrevió a robárselas, "es
inmoral, -decía mi madre, que Dios la tenga en su reino".
-Y
su familia, ¿usted tiene familia?
Me
respondió -Pues que le digo parcero, más o menos, ellos están allá en el pueblo
y mis hermanos en Bogotá. Mi papá es un duro, un ingeniero, mis hermanos
decidieron irse de militares y ganar billete, yo soy el mayor de todos pero el
descarriado, jamás quise ser del ejército (Sonrió mientras miraba al
horizonte), estuve como seis meses y me volé. Mi papá me dijo que no quería vagos,
que me abriera.
-¿Cuáles
son sus sueños?
-Dicen
que los pobres viven y mueren de sueños. Mi sueño fue ser un artista de la
piel, bien teso como los del televisor. -Procedió a mostrarme un tatuaje en su
pierna, un sol acompañado de una serie de tribales-. Yo ando con la máquina acá
en el maletín, y las tintas también, pero nadie quiere que alguien que huela
mal le haga un tatuaje. Pille, yo hice hasta bachillerato, yo soy estudiado y
también hice un curso en el Sena. Tuve un hijo y se murió, la novia mía me dijo
que me abriera también, y pues además del cuento de mi papá, todo eso es un
problema, por eso ando acá en las calles.
-¿Dónde
duerme?
-Yo
duermo allá en esa esquina, el vigilante es un parcero, mientras yo duermo él
me cuida y cuando él duerme yo lo cuido. Yo vigilo carros, los carros que él tiene
que vigilar yo se los cuido y me da la liga, con eso desayuno y a veces hasta
almuerzo, el cucho es un bacán. Pero ¿sabe qué? Hay que tener cuidado. La
ciudad es un peligro, hay que cuidarse; en estos días iban a atracar un fulano
y por defenderlo nos ganamos un problema con el otro, nos amenazó y todo, pero
en la calle toca sin miedo ¿Si me entiende?
Nos
quedamos un momento en silencio, mientras yo digería sus palabras, y él, con su
hablado fuerte, rompió el silencio diciendo:
-Sabe
qué, yo quiero estudiar de noche y trabajar de día, pero estudiar es pa’ ricos,
toca seguir en la calle.
Aquí
terminó mi cuestionario. La noche cada vez más oscura y atenuante, me obligó a
irme para mi hogar a pensar un poco en todo lo que él me había dicho. Le pedí
que me detuviera un taxi, esta vez me acompañaban dos monedas de doscientos,
tal y como se lo prometí. Todo lo que dijo me hace cuestionar lo que muchos
defienden como “civilización y progreso”. El progreso pareciera no ser más que
un retroceso: cada país y cada persona que se ve obligada a progresar, cae;
términos como este implican sacrificio y no siempre gana el más grande, sino el
más astuto, el que más trucos sepa, el que más ases bajo la manga posea para
hundir al otro al punto de dejarlo a cuestas. La ciudad es una jungla llena de
asfalto, con historias en el día y en la noche.
Vivir
la ciudad te hace parte de ella, la ciudad se vive en sus confines, con
personas como esta. ¿Será que valen la pena las consecuencias que conlleva el
progreso?
Viernes
14 de Octubre, Centro de la ciudad, Manizales.
8 comentarios:
Tremendísimo, compañero. Que relato más sobrecogedor. No tengo más pa' decirle porque no encuentro cómo hacerlo. Sólo pílleselo otra vez porque por ahí ví que le faltó una "s".
Jesulises, gracias, primero por el comentario dirigido hacia el escrito. Segundo, por las correcciones ortográficas, no sabe cuanto me sirve. Trataré de seguir en la misma linea. Un abrazo.
Juli, :)!
La locura agoniza en un pozo abandonado,y muestra la lucidez de quienes no tienen voz, es que nos muestra que el sueño también es un vicio inevitable, y un dilema lógico que pocos siguen... En sano juicio serias capaz de dejarlo todo por tu sueño?
La locura es un término complejo. Somos locos los que soñamos, son locos las personas de la calle y son locos los que asesinan 100 personas. Me acobijo bajo ese término agonizante. Si, sería capaz de dejarlo todo por un sueño, siempre valdrá la pena, tanto la satisfacción de hacerlo como de haberlo intentado.
La trinchera es un refugio, una forma de protegerse del desastre exterior, pero es también una estrategia de combate, una forma de lucha. El pensamiento como resistencia civil, como un modo de oposición y de celebración al mismo tiempo. De trinchera a trinchera, de Proyecto Frankenstein a Entre El Asfalto, MM.
Me regocija que te hayas dado una pasada por mi blog. Debemos seguir luchando desde nuestras trincheras,recordar siempre que "uno más uno son mil veces uno", trascender el conformismo y la monotonía. El que lucha puede perder, el que no intenta, ya perdió.
Desde la calle para el mundo. Universos paralelos a la vida que se regocija en la falsedad de los hogares, las realidades más surreales para el andrógino pueblo alienado...
Rica la calle, su peligro y el encanto de sus seres anónimos.
Seguimos.
Conocer la sociedad implica vivirla, de eso estoy completamente seguro, un abrazo!
Publicar un comentario